“La casa del parque”

Claudia Acosta Andrade

Así llamábamos a la casa de mi abuela Blanca y su hermana Magdalena, ubicada justo frente al Parque Calderón, una casa colonial grande; una hermosa grada llevaba al piso de arriba, en la pared lucía un mural del Pintor César Burbano, la elegante sala siempre cerrada, el gran estar con piso panelado de madera mesclado con vidrio y techo de vidrio; recuerdo cuando era niña esos ladrillos de vidrio del piso fascinaban mis sentidos; los dormitorios de sus dos propietarias, un corredor largo que llevaba al comedor con una mesa tan grande que cabíamos toda la familia en las reuniones familiares; la cocina atrás, la veía pequeña para toda la comida que salía de ella… el cuarto de la Telita, lugar de acogida y refugio para los más pequeños, la gradita en espiral que llevaba a la azotea y en la parte de abajo el patio e infinidad de cuartos, cuartos que se ampliaban o recogían de acuerdo a las necesidades de la familia…
Las propietarias de la casa del parque partieron ya, y había que ver qué hacer con ésta, claro un lugar así tan grande y con algunos herederos no es fácil decidir; el costo de restaurar una casa patrimonial es mucho y el manejo familiar no siempre fácil, acertadamente sus herederos decidieron venderla; ya con la venta realizada y con fecha para dejarla, la familia se reunió para soltarla, despedir a este querido espacio que albergó, acogió, sostuvo, contuvo a tantos….
Este día, al subir las gradas, quizás más atenta, con muchos recuerdos y emociones dentro, de pronto una imagen… lo primero que se veía al terminar el último escalón eran las grandes puertas de madera de la elegante sala, siempre cerradas, junto a estas grandes puertas cerradas había una banca con una pequeña mesita con el teléfono y junto a ésta del otro lado, una puerta delgada y larga, no recuerdo el color de su madera… no recuerdo como era esa puerta… era la puerta que llevaba al cuarto de mi abuela Blanca… finalmente me di cuenta por qué no la recordaba, porque nunca la encontré cerrada…
Los espacios, las casas que habitamos se impregnan de nuestra esencia, de nuestra alma, incluso diría que se contagian de nuestros estados emocionales, se ponen tristes, alegres, nerviosas, de luto o de fiestas según lo que sienten sus dueñas y cuando éstas se van, se quedan vacías y tristes, y así poco a poco van liberando su energía, dejándose ir … La Casa del Parque tal como la conocimos nosotros no será más, sin embargo, no desaparece, se transforma, continua de otra manera, con otras personas y otras cosas, pero seguramente mantendrá siempre la puerta abierta… (O)