Vacío, una película ecuatoriana que mira a la migración china desde las emociones

El cineasta ecuatoriano Paúl Venegas tiene claro que migrar es dar un salto al vacío. Él mismo ha sido migrante. Entre 1995 y el 2000 vivió en Pekín, China. Ahí nació una relación que él califica de “amor-odio”, con el país asiático. “Es una cultura milenaria, sabia, pero compleja. Y, de alguna manera, yo quería contar algo de la experiencia de esos años, de ese gran aprendizaje de vida”, cuenta. 

Así nació Vacío, una película producida y dirigida por él, que cuenta precisamente las sensaciones que deja la migración. Las aborda en la población china radicada en Guayaquil, con una historia que explora las emociones que en algún momento conectan con cualquier persona que haya migrado: deseo, nostalgia, vacío.

La historia empieza con el deseo y la esperanza con que los personajes llegan a su nuevo hogar (Guayaquil), pero poco a poco ese deseo se va quedando atrás cuando sus caminos se cortan y empieza la desilusión. En medio de la nostalgia, ellos se cuestionan ¿cómo, por qué decidieron llegar a esta tierra? Esas emociones empiezan a convertir en ira, en revancha, en un vacío profundo. 

Las emociones guían la narrativa de la película, por eso el trabajo con los personajes fue de gran importancia, sobre todo porque son actores no profesionales. “Una de las cosas más bonitas fue encontrar dentro de la comunidad china actores no profesionales, naturales, que luego de un trabajo arduo con un director de casting y director de actores trabajaron las emociones que se retratan en la película”, explica Venegas.

Así fue como Meng Day Min se convirtió en el villano de la película. Él es un comerciante taiwanés que vive en Guayaquil desde hace seis años, antes vivió en Argentina y Panamá; llegó a Sudamérica cuando tenía 17 años, ahora tiene 57. 

Un día, por casualidad, mientras caminaba por la bahía vio el casting y se animó a hacerlo para ver “si sacaba un poco la timidez”. La experiencia le gustó. Él, al igual que el resto del elenco, recibieron una capacitación de cerca de tres meses para que estén listos para el rodaje. 

En ocasiones, el mismo director hizo las veces de psicólogo, con el fin de despertar las emociones en los actores. Hurgó en sus pasados, en las experiencias que les dejó la migración, para convertirlas en la esencia de lo que se mira en pantalla. 

Para Venegas, la complejidad de la película está en que los dos mundos: el occidental y el oriental la entiendan. En primer lugar, su idioma original es el mandarín; además la producción tiene mucho subtexto, cosas que solo las entenderá la cultura oriental. Sus cinco años en China le ayudaron a lograr esos matices culturales, como las maneras, las formas de decir y hacer las cosas. 

El guion parte de una propuesta que tuvo Carlos Terán Vargas, de hacer una historia del barrio chino en La Habana. Pero a Venegas le interesaba contar sobre la comunidad china en Ecuador. En el 2010 empezaron a escribir el guion juntos. Durante un año se reunían al menos una vez por semana y hasta el 2014 hicieron cuatro versiones. Venegas trabajó solo las siguientes cinco versiones; ahí incluyó su visión de la China moderna.

La película también tiene un matiz muy guayaquileño. Los planos son más cerrados porque buscan mostrar la esencia de la ciudad, se retratan espacios icónicos, como los portales de las casas del centro, la cultura futbolística, la gastronomía o la música. (JBA)-(I)