Carnaval; la huerta sabe…

Tito Astudillo y A.

Mis nietos caminan entre los árboles y miran las peras y miran los membrillos, los duraznos y las reinaclaudias, miran las manzanas y los capulíes; maravillados preguntan a la abuela. ¿Por qué hay tanta fruta en la huerta del abuelo?, ella les resume: porque sembramos las plantas, las cuidamos, crecieron, florecieron y ahora están dando sus frutos.
¿Y por qué ahora? -porque es la temporada de frutas. ¿Y por qué es temporada de frutas?, la abuela, salomónica, tranza, porque ya mismo es carnaval y hay que hacer los dulces de carnaval. ¿Y la huerta sabe que es carnaval?, si, la huerta sabe. ¿Y cuáles son los dulces de carnaval, abuela?; dulce de higo, dulce de durazno, dulce de membrillo, dulce de guayaba, de pera y de albaricoque, de capulíes… ¿Nos vas a enseñar hacer los dulces, abuela?, desde luego y ahora mismo vamos a recoger las frutas. Abuela sale de un apuro y comienza otro. Todos quieren su canasto, todos desean subir al árbol, alcanzar sus ramas, obtener las frutas, todos quieren todo, pero igualito. Es parte del carnaval, quizá la más importante, la participación de la familia y la conservación de las tradiciones gastronómicas de una festividad que persiste al tiempo, a las influencias de otras culturas y al abandono de valores que nos identifican y que ahora se quieren rescatar para ponerlos en valor como elementos de identidad.
El carnaval cuencano, más allá de sus componentes históricos y del sinergismo cultural vivido, de reminiscencias de una sociedad agraria que ordenaba sus celebraciones en el ciclo agrícola hecho de solsticios y equinoccios, (Pawkar Raymi la fiesta andina del florecimiento), que hacen la diferente, tiene un profundo contenido familiar, que trasciende a la comunidad; casa y barrio, chacra y huerta, ritual y fiesta, con la familia como centro, celebrando en reciprocidad como marca de identidad. (O)