Los recuerdos (IX)

Jorge Dávila Vázquez// Rincón de Cultura

Cuando hablábamos de biblioteca, la semana anterior, les prometí compartir con Uds. otras evocaciones de esos sitios maravillosos, que guardan el saber, los sueños, las historia y la fantasía de los seres humanos.

Primer contacto con una, fue tempranísimo. Mi tío abuelo Lucas Vásquez Alvarado,  que ocupó en mi vida la posición de mi abuelo materno, en vista de que  el auténtico murió a los 33 años, cuando su hija y mi madre, tenía 6 años, poseía una hermosa biblioteca, llena de volúmenes empastados y títulos fascinantes. Desde muy pequeño me atrajeron cuentos y novelas, pero tenía que negociar con mi ilustre pariente: “te presto este tomo de Hoffman  o de los Grim, o el extenso libro de Lesage, Gil Blas de Santillana -mi gran sueño-, pero antes tienes que leer y resumir algo de Montalvo o cuestiones más serias y profundas, como La  Divina Comedia del Dante”, que leí a los 11 años.

Él, a quien Dios no dio hijos, y el diablo numerosos sobrinos, era muy didáctico, pero ni eso bastó para que yo compartiera su pasión montalvina, casi nunca.

La segunda Biblioteca de mi infancia fue la Municipal. Marianita Corral y Martha Cordero Ordóñez eran sus administradoras; tan bondadosas, que nunca me negaron un libro, ni aunque fuera una edición de lujo, encuadernada en cuero, como la del Quijote. Martha tenía la virtud adicional de recomendar entusiastamente lecturas. Ambas y el viejo sitio, en la esquina de la Escuela Central de la Gran Colombia y Benigno Malo, viven en mi memoria y mi afecto.

Era ya un adolescente cuando visitaba a Piedad Paredes de Jaramillo en la Biblioteca de la Casa de la Cultura. Ella era una enciclopedia de su lugar de trabajo, parecía haber leído todos los libros y los recomendaba con afán.

Además, con amigas como Fina Cordero, practicaban el bello arte de la conversación, que no tenían problema en compartir con un muchacho, siempre curioso y ansioso por saber, conocer.

Mi tía Clementina Dávila Córdova y Carmela Moscoso guardaban celosamente los libros de la Biblioteca del “Benigno Malo”, pero me prestaban obras fundamentales, como Llegada de todos los trenes del mundo, de Alfonso Cuesta y Cuesta o los Cuentos Morlacos de Manuel Muñoz Cueva, sin el menor egoísmo.

¡Gracias a todos ellos! Seguiremos.