LOS RECUERDOS (XV)

Rincón de Cultura

Varios años después de mi iniciación y primer desarrollo en el mundo maravilloso de los libros, tuve la oportunidad, única en mi vida, de trabajar y estudiar, simultáneamente, en la Universidad de Cuenca y su Facultad de Filosofía y Letras. Permanecí 29 años en ese centro de educación superior, en la época en que tenía el mayor prestigio en el ámbito nacional, aunque algún gobierno dictatorial no solo puso su oscura garra sibre el presupuesto, si no que incluso la clausuró por varios meses. No sé si sea este el mejor lugar para una declaración de afecto a nuestra Alma Mater, pero la verdad es que lo merece, pues a lo largo de generaciones ha formado gente de cultura de las más altas y reconocidas calidades humanas e intelectuales. Esperemos que pasen los horrores de la pandemia y vuelva la sensatez burocrática, no solo en relación con la Universidad cuencana, si no con la educación del país, en general.

Me parece que empecé mis funciones como ayudante de la Secretaría de la Facultad hacia 1973. En el grupo de quienes coincidimos como empleados en esa época, hay el consenso de que el Secretario Jefe era el hombre más bueno del mundo, sin las usuales exageraciones. Intentaba ser estricto, tenía gran sentido del humor, podía llegar a ser sardónico, pero siempre estaba preocupado por el bien de sus subordinados. Un par de años después se presentó una vacante en la Biblioteca de la Facultad y le dije a mi superior que quería presentarme para el puesto: “vaya tranquilo”, repuso, “eso es más lo suyo que este mundo de papeles, archivos, solicitudes, horarios  y certificados, Que le vaya bien”. Y claro que me fue, estupendamente. Mi jefa era Nelly Peña, que dice hasta ahora que era un referencista de primera, pues asesoraba a los jóvenes lectores en lo que necesitaban, pero en el resto, terrible.  Afirma que hasta años después estuvimos pagando los libros que en mi empeño de que los alumnos leyeran, los prestaba sin ninguna garantía docente, y, a veces hasta sin registro. Dice que me entusiasmaban tanto ciertos temas que me quedaba en el grupo que lo investigaba, mientras ella se mataba colocando los volúmenes que había utilizado horas antes y atendiendo al común de los mortales. Nos reímos, sí, pero algo de verdad hay en todo eso.