El corazón de la noche

Hernán Abad Rodas

OPINIÓN|

El hombre vive en un mundo real, pero tiene la capacidad y la tendencia a soñar con otro mundo. Creo que una de las diferencias entre el hombre y los monos, es que los monos están simplemente aburridos, en tanto que el hombre posee aburrimiento más imaginación.

Mes de junio del 2020, el tenebroso velo de la pandemia del coronavirus ha cubierto el territorio nacional y mundial; las sombras de la noche han penetrado en mi aposento, y cuando el velo del sueño ha cubierto mi cuerpo me quedo profundamente dormido, me paseo en el valle de las sombras de la vida, y me traslado a la orillas del río de las lágrimas, en donde encuentro a la justicia en cautiverio de la corrupción y del poder político, que emergía a mi encuentro desde su escondite nocturno, pasó junto a mí, y yo le seguí hasta una campiña lejana, allí clavó sus ojos sobre las nubes que se cernían sobre el horizonte; después miró a los árboles cuyas ramas desnudas señalaban al cielo, como si pidiesen ayuda a la altura para que les devuelva su follaje y su libertad.

Y yo le dije: ¿Dónde estamos justicia? A lo que me replicó: estamos en el valle de la perplejidad y la miseria y he venido a enseñarte el mundo y sus pesadumbres; porque el que no ha contemplado el dolor, jamás verá la alegría. Entonces mi espíritu puso una mano sobre mis ojos, y cuando la retiró la justicia había desaparecido, y yo me encontraba solo, despojado de mis vestiduras terrenas, me quedé atónito cavilando y afanándome por descifrar los símbolos de la vida.

En mi sueño contemplé: como los ángeles de la felicidad y la dignidad peleaban con los diablos de la miseria y la corrupción; y entre ellos se erguía el hombre, unas veces arrastrado por la esperanza de vivir en libertad, y otras, por la desesperación de vivir en la esclavitud.

También vi a la libertad y a la justicia caminando juntas, llamando a las puertas de las casas e implorando un albergue; pero nadie, hacía caso de sus palabras suplicantes. Después contemplé como en un país pequeño, llamado Ecuador, el espectáculo de la falsedad y la corrupción avanzaban a pasos arrogantes en todo su falso esplendor ante la multitud, que las aclamaban como si fuesen la libertad y la democracia; y presencié cómo el ser humano se ataviaba con el ropaje de la paciencia, como manto para ocultar su cobardía, y noté que llamaba tolerancia a la pereza, y, cortesía, al miedo.

De madrugada, aún con mis parpados cansados, miré en torno de mí, pero no observé más que mi propio sufrimiento, mientras los fantasmas de las tinieblas se elevaban, e imágenes de buitres voraces, se abatían sobre mi cabeza, suspire diciendo en voz baja: Ayer era una palabra sin eco en el corazón de la noche, hoy seré una canción en los labios del tiempo. (O)