La trampa de los números del coronavirus

Las cifras de la pandemia son abrumadoras, como lo son las crecientes dudas de un masivo subregistro. Los intentos de algunos gobiernos por acallar el bullicio del conteo y las estadísticas mortuorias desnudan sistemas de salud frágiles y legitimidades políticas inciertas.

Por CONNECTAS 

Un término se ha vuelto común desde que el nuevo coronavirus comenzó a hacer parte de la realidad americana: “muertes flotantes”.

Se trata de los fallecimientos de personas con covid-19 que son registrados bajo “neumonía atípica”, una suerte de eufemismo médico que se anota en las actas de defunción y que evita que ese caso aparezca en las estadísticas oficiales de la pandemia.

Se ha vuelto común, en parte, porque los gobiernos del continente enfrentan dos problemas estructurales por el desbordamiento del virus: el primero, la crisis y el colapso de sus sistemas de salud públicos, y el segundo, de orden político, porque temen perder legitimidad y control frente a sus gobernados.

Las cifras son abrumadoras: de Canadá a Argentina, según los datos proporcionados por los gobiernos locales, hay alrededor de 300.000 muertes por covid-19.

Solo los Estados Unidos ya supera la cifra de muertos en combate o por infecciones durante los cuatro años que duró la Primera Guerra Mundial hace un siglo. Al momento de publicación de esta historia,  parte del especial #HuellasDeLaPandemia realizado de manera colectiva por periodistas Miembros de CONNECTAS eran más de siete millones los contagiados en el continente.

Rebasados en su capacidad para llevar el registro del avance del nuevo coronavirus, los sistemas de salud de toda la región han reconocido que sus naciones tienen más enfermos y fallecidos de los que han sido capaces de identificar.

A través de distintos medios, los especialistas coinciden con el mismo diagnóstico: conoceremos las cifras reales sobre el coronavirus apenas en 2021.

El caso más relevante que hizo sospechar sobre las dimensiones reales de las cifras fue el de los Estados Unidos.

El 11 de abril reportó 20.071 fallecimientos y se convirtió en el país con más muertos por covid-19 en el mundo. Antes de que terminara el mes llegaron los primeros cuestionamientos a esas cifras.

Según The New York Times, al 11 de abril, en Nueva York, Michigan, Illinois, Nueva Jersey, Maryland y Colorado la mortalidad creció casi al 50 por ciento, es decir, hubo 9.000 muertes más de las que se reportaron por covid-19.

USA Today calculó que, en todo el país, fallecieron 16.785 personas más que el promedio histórico del periodo.

“Los científicos dicen que el retraso es común en cualquier enfermedad infecciosa y más aún en patógenos desconocidos como el nuevo coronavirus”, indicó la publicación.

Algo similar ocurrió en México. Entre el 8 y el 18 de mayo, los diarios norteamericanos The ​Wall Street Journal y The ​New York Times​ y la organización​ Mexicanos Contra la Corrupción publicaron reportajes en los que, a través de distintas metodologías, detectaron que solo en la Ciudad de México, foco de la epidemia en la nación, habría hasta tres veces más muertes de las oficialmente registradas.

Esto ha impulsado cierta incredulidad entre la población que, como en el caso mexicano, tiene enfermedades adicionales que aumentan las probabilidades de morir por el virus, según dijo a El País, Raúl Pérez, infectólogo mexicano.

El 12 por ciento de la población adulta tiene diabetes, el 35 por ciento hipertensión arterial y el 70 por ciento sobrepeso y obesidad.

Brasil

Brasil es el segundo país con más casos y muertes por la covid-19 en el mundo. Su presidente, Jair Bolsonaro, a quien hace un par de semanas le confirmaron que tenía coronavirus, ha negado en diferentes ocasiones la existencia del mismo.

Hasta el 20 de julio, esa nación reportaba dos millones de casos positivos y 79.488 fallecidos, con un crecimiento que rápidamente desbancará las cifras de horror que tuvieron los países europeos. Desde mediados de mayo, distintas regiones reportaron alzas o repuntes en el ritmo de contagios y muertes, que desbordaron hospitales y cementerios.

Guayaquil

La segunda ciudad en importancia de Ecuador, es quizás uno de los lugares en la región que ilustra con mayor dramatismo los desajustes de este macabro contador.

En el momento más crítico en los meses de marzo y abril, los reportes oficiales daban cuenta de 1.187 decesos confirmados o sospechosos de ser causados por la covid-19.

Sin embargo las actas de defunción emitidas en el mismo periodo superaron las 10 mil muertes en toda la provincia de Guayas según el Registro Civil.

Una mujer llora mientras espera que el tractor termine de hacer la fosa para enterrar a su familiar en un cementerio improvisado para víctimas de Covid19. Crédito: Ricardo Gutiérrez

Una cifra que se compadece más con lo que vivieron sus habitantes con cuerpos y féretros en las calles, y sepultureros que no daban abasto para cavar fosas comunes, buscando evitar un nuevo problema sanitario con la exposición de los cuerpos en descomposición.

Una de las consecuencias directas de las cifras no reveladas es el mensaje para millones de habitantes que minimizan la gravedad de la epidemia. Se está subestimando por mucho la magnitud de la epidemia.

La desesperación de los ecuatorianos tratando de identificar los cadáveres de sus parientes en las morgues es una imagen del día a día.

En abril pasado, familias en Guayaquil esperaban más de una semana para que les fueran entregados los cuerpos de fallecidos por covid-19.

El caos en el manejo de cadáveres se evidencia en las cifras oficiales de la Defensoría del Pueblo local que apoya la búsqueda de más de 218 que no aparecen.

La negligencia del manejo de los cuerpos en descomposición en contenedores, incluso ha promovido la corrupción. Hay denuncias según las cuales personas inescrupulosas cobran hasta 1.500 dólares por hacer las búsquedas de los familiares en las pilas de restos.

Los familiares de Alba Maruri de 74 años, en este puerto en el Pacífico, cremaron las cenizas de otro, lloraron su muerte, pero ella estaba viva.

Despertó luego de estar 15 días en coma en el Hospital de Guayaquil, aunque su fallecimiento había sido notificado el pasado 27 de marzo, por complicaciones respiratorias luego de presentar síntomas de covid-19.

«Los doctores fueron a la casa de mi tía a corroborar e informar del error», señaló su sobrino, Juan Carlos Ramírez en redes sociales. Agregó que «aún no saben de quién son las cenizas que están en casa».

Al menos, sus familiares tienen el consuelo de tenerla de vuelta. No fue el caso de la madre de William Armijos, quien falleció con síntomas de covid-19 el pasado 29 de marzo.

Luego de contratar los servicios exequiales del Seguro Social para que cremaran los restos y de pagar 800 dólares, Armijos recibió el cofre con sus cenizas. Pero la certeza de tener a su progenitora en casa duró poco.

El nombre de su mamá aparecía en el portal que el Gobierno habilitó para localizar los cementerios en donde descansan quienes han fallecido durante la pandemia.

Se contactó con la funeraria para exigir respuestas, pero le aseguraron que las cenizas eran de su mamá y que la página del Gobierno cometía un error. El hecho fue denunciado en Fiscalía.

Fue entonces cuando recibió una llamada del personal de la funeraria indicando que, efectivamente, el cuerpo de su madre aún seguía en uno de los contenedores que funcionan como morgue móvil del centro hospitalario.

Nueva York

El desorden en los sistemas de salud no es un asunto exclusivo de los países latinos. La cifra de fallecidos en Nueva York, por ejemplo, llegó a sobrepasar las expectativas para el tratamiento mortuorio y los protocolos de salubridad.

A finales de abril, el Departamento de Policía recibió la llamada de vecinos de Brooklyn quejándose por el mal olor que provenía de camiones frente a una funeraria. Las autoridades se percataron de la existencia de decenas de cadáveres amontonados en camiones.

Para ese mes, en la isla de Hart, al este del Bronx, se enterraban hasta 25 cadáveres por día en fosas comunes en terrenos que normalmente son usados para sepultar cuerpos sin reclamar y que no pasaban de un promedio de 25 por semana.

Bolivia

La noche del 29 de marzo Alcides Sandoval fue trasladado al Hospital de La Portada de la ciudad de La Paz porque hasta ese momento, era el único lugar autorizado para la atención a pacientes con coronavirus.

Entonces la fatal peregrinación comenzó. La ambulancia del sistema público de salud que llegó para trasladar a Alcides hasta La Portada no tenía camilla, según denuncian los familiares.

Beni es el segundo departamento de Bolivia más golpeado por la pandemia después de Santa Cruz, a pesar de ser uno de los menos poblados del país con medio millón de habitantes. Crédito: Ricardo Gutiérrez

Cuando finalmente llegaron al hospital municipal, les informaron que no tenían tomógrafo, ni especialistas en terapia intensiva y que tampoco tenían un respirador.

Así transcurría la noche y siguiendo el protocolo del Ministerio de Salud, trasladaron a Alcides al Hospital del Norte de la ciudad de El Alto. Murió en el trayecto.

Alcides Sandóval se enfrentó a dos cosas: al sistema de salud boliviano y al coronavirus. Todavía no se sabe con certeza cuál de los dos fue el verdugo.

En otro caso, un video que circuló por Facebook mostraba el cuerpo de un hombre tirado entre la fría acera de cemento de la calle y la puerta de ingreso del Hospital Municipal de Cotahuma en La Paz.

Durante tres horas sus familiares buscaron ayuda médica. Con mucho esfuerzo llegaron hasta el Hospital de La Portada, pero les negaron la atención porque argumentaron que solo recibían casos positivos y que el lugar ya estaba lleno.

Con las esperanzas colgando de un hilo salieron del hospital y justamente entre la reja de ingreso y la acera de cemento de la calle, se desplomó ante los gritos de su sobrina.

La familia ya tiene entre sus manos el certificado de defunción y dice que la causa de la muerte fue por paro respiratorio. Luego de entregarles este documento, el cuerpo de su tío recién fue sometido a la prueba del virus, los siete miembros de esta familia dieron positivo.

Nicaragua

El pasado 29 de junio, en una entrevista para NPR, la científica Rebekah Jones, experta en ciencia de datos, dijo que los científicos fueron presionados en La Florida para que arreglaran los números y el Gobierno pudiera reabrir el comercio. Rebekah fue despedida en mayo.

Uno de los casos más críticos de desconfianza de la manipulación de las cifras es el de Nicaragua. Daniel Ortega, no hizo nada para proteger el país y, aun así, las cifras de contagios y muertes eran bajísimas.

Hace tan solo mes y medio el Gobierno reconoció 25 personas infectadas y 10 muertos en todo el país.

Neumonía atípica grave”, dice en el acta de defunción de Gustavo Bermúdez, quien murió el pasado 26 de mayo con síntomas de coronavirus.

El doctor que atendió el caso confesó que no podía poner en el acta la causa real de la muerte, pese a que el resultado de la prueba del virus salió positivo. “No puedo poner eso, está prohibido”, fueron sus palabras.

Lo que dice la OMS

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el continente recién avanza en el camino de llegar al primer pico del número de contagios y muertes.

Este cementerio improvisado en Beni, en la Amazonía boliviana, se hizo exclusivo para las víctimas de Covid19. Crédito: Ricardo Gutiérrez

Desde ya, aseguran, se avisora una segunda fase que podría ser aún más horrorosa en términos de cifras y calamidad.

Como declaró a varios medios Michael Ryan, director de Emergencias de la OMS: el virus SARS-CoV-2 no actúa solo, se apoya en la mala vigilancia.

Explota los sistemas de salud débiles. El virus explota el mal gobierno. El virus explota la falta de educación, la falta de empoderamiento de las comunidades. Estas son las cosas que tenemos que abordar”, dijo Ryan.

Como si no bastara la crueldad de los números y las imágenes que circulan en redes de una sociedad avasallada por el virus, lo que se viene para el segundo semestre de 2020 ahondará aún más la crisis sanitaria.