Aureola de incertidumbre

Hernán Abad Rodas

OPINIÓN|

La banda delincuencial autodenominada “revolución ciudadana”, llegó al poder anunciando a las alegres multitudes el fin de la larga noche neoliberal. Ha pasado más de una década, y las fórmulas para sacarnos de la pobreza tan promocionadas por los SOCIOLISTOS del siglo XXI siguen iguales, sólo que ahora el sabor de las mismas es más amargo para la gran mayoría de los ecuatorianos y para los miles de conciudadanos que emigran o se hunden del todo, mientras las Instituciones, la democracia y los valores humanos, se destruyen irremisiblemente bajo una aureola de incertidumbre, galopante y “venerada” corrupción.

Ante los tiempos de desencanto en que vivimos, y sin ningún signo que nos anuncie días mejores, pregunto a mi alma: Quién pone limite al descalabro en el que vivimos: quién, cuándo, y cómo revertirá nuestra desgracia y nos restituirá el orden y la dignidad, hoy que la historia, el tiempo, la política nos pone nuevamente la exigencia de elegir el próximo gobierno: ¿las putrefactas bandas de Correas, Glasses, Bucarames y Cía.? ¿Un chimbador exprés de los que, disimulados en la cantidad, aspiran a poderes laterales para constituir otra Asamblea mediocre y vulgar?

El pueblo ha llegado a advertir la insinceridad y las deficiencias de los políticos, pero no ve la manera de elegir a gobernantes más respetables, que merezcan ocupar cargos para los que sean dignos.

La aureola de incertidumbre que cubre el territorio nacional, no se disipará eligiendo candidatos simplones y obsesivos; ni indígenas que asimilaron lo peor de nuestros políticos y se niegan a sí mismos; no, otras sombras ni nombres de avivatos. Un ecuatoriano de bien, formado en el tiempo y el esfuerzo personal y social, que luchó y consiguió éxitos sin ofender al otro, ni robar, ni mentir, haría nacer alguna esperanza para la reconstrucción de nuestro demolido Ecuador.

Lo más grave que le puede ocurrir a un país, es el hecho de que, en nombre de una democracia mal concebida, la ansiada justicia social no llegue, y que en el camino sus habitantes pierdan sus libertades, su paz y su dignidad.

La realidad política, económica y social en la que nos encontramos inmersos, nos debe hacer reflexionar que no debemos volver a elegir a políticos o a advenidizos de la política que arrojan a los ojos del pueblo polvos dorados y a sus oídos falsas promesas. (O)