Librerías y pandemia

Eliécer Cárdenas E.

En estos tiempos aciagos del coronavirus, las librarías son empresas que han sido afectadas también por el confinamiento primero, y luego por las medidas de prevención que dificultan grandemente el acceso de los lectores a las contadas librerías que van quedando en nuestra ciudad y el país en general, y eso antes de la pandemia, ya que ahora son varios los negocios de librerías y papelerías que han debido cerrar su puertas, considerando que, dado el escaso número de lectores habituales con que contamos en el Ecuador, este tipo de pequeñas empresas simultanean su actividad entre la venta de libros, la de cuadernos, y papelería en general.

Las pocas librerías que permanecen abiertas al público, cuentan por supuesto con los debidos protocolos recomendados para la atención de los clientes: desinfectantes, bandejas para el calzado, incluso termómetros para medir la temperatura de las personas, sin embargo, los lectores no pueden, ni deberían, tomar los libros a fin de hojearlos, para evitar cualquier riesgo. Los dependientes incluso generalmente no permiten esta manipulación, con lo que el lector se queda frustrado, ya que un libro no es un paquete de galletas de un supermercado, que evidentemente no admite manipulaciones, sino un objeto tan especial -digo, para los lectores- que se requiere tomarlo, abrir sus páginas, inclusive oler la fragancia que emanan sus hojas y pastas.

Claro que las empresas editoriales transnacionales, muchos años antes del coronavirus, impusieron el sellado plástico de los libros, a fin de que el posible comprador, solamente se entere de su contenido por la pequeña, y a veces inexacta, información que se ofrece en la contratapa del libro, lo cual para un avezado lector no es suficiente, ni mucho menos, ya que parte del ritual de la adquisición de un libro tiene que ver con hojearlo, incluso leer algún párrafo al voleo. Ahora, este pequeño placer lector no solo se halla vedado por el envoltorio plástico, sino prohibido por las recomendaciones sanitarias. Un verdadero suplicio para los lectores, que nunca se conformarán con recibir la mercancía, en este caso el libro, ya empaquetado para su consumo.

Finalmente, da tristeza, para los lectores por supuesto, observar que en nuestra ciudad no pocas librerías-papelerías han cerrado por la pandemia. (O)