Coronavirus en desarrollo

OPINIÓN |

Ya han pasado ocho meses desde que el Coronavirus invadió nuestro planeta. Vivimos un gran confinamiento y nuestras vidas se han visto presionadas y obligadas a cambiar drásticamente; todo es nuevo, diferente y altamente tecnológico.

Más de un millón de personas murieron y una gran mayoría no entiende que la obediencia, prudencia y sensatez, nos evitarían sufrir las consecuencias de dar positivo.

En una panadería de Totoracocha, un joven llegó a comprar sin mascarilla y esto incomodó a un hombre de la tercera edad quien le cuestionó la razón de no acatar las medidas de seguridad. Su respuesta fue ¿acaso lo voy a besar? …ruco sufridor.

Lo que nos lleva a reflexionar sobre esa necedad adherida a la esencia del ser humano y a ese gran derroche de rebeldía. No es mi intención atacar a algunos jóvenes que se confían en ser mucho más pilas que el virus y así, de manera constante, desafían a la muerte. Me interesa reflexionar desde distintas perspectivas lo que está sucediendo con la humanidad: niños jugando sin sus mascarillas en los parques, gente viajando, reuniones familiares ampliadas, infantes rodando en los pisos de los lugares comerciales, madres que por comodidad han dejado de lavar y desinfectar los alimentos, gente farreando, etcétera. Y así ¿cómo no contaminarnos?

La ciudad se reactivó y, con ello, observamos a la gente caminando; unas con el virus en sus cuerpos, sin síntomas y siendo ese foco de infección.

La pandemia nos demuestra que el virus sigue su desarrollo y hace de las suyas. A unos les ha arrebatado la vida, a otros les ha dejado secuelas graves como un sistema nervioso alterado, dificultad para hablar y caminar, deficiencia en los sentidos del olfato y del gusto, por días o hasta meses. Y otros pueden dar la honra y la gloria a Dios por haber tenido solo una gripe agresiva con escalofríos, falta de apetito, tos y fiebre. Seguirán los contagios y se torna desgastante pensar ¿dónde o quién me contagió? (O).