Palabras de dos siglos (I)

Cuando se habla de Marco Tello Espinoza, se lo hace de uno de los analistas más serios de poesía ecuatoriana. Su labor crítica ha quedado plasmada, a lo largo del tiempo en diferentes títulos de importancia, el más trascendental de todos, sin duda, EL PATRIMONIO LÍRICO DE CUENCA, publicado en 2004, y que se erige ya, entonces, en la obra de mayor trascendencia sobre nuestra poesía, elaborada con una visión generacional, una certera mirada crítica, y una admirable sapiencia, porque su autor es hombre de vastísima cultura y envidiable formación académica.

Ahora, con motivo del Bicentenario, Tello ha reelaborado su obra magna, transformándola en el vasto tratado: CUENCA: DOS SIGLOS DE POESÍA,  aunque, en verdad, abarca un tiempo mucho mayor.

Lo que me atrae sobremanera del libro, que será publicado por el Municipio de Cuenca, y que se debe señalar claramente como el mayor tributo y el mejor aporte al conocimiento de la lírica cuencana, es la apreciación objetiva de algunos de los grandes poetas locales, bien diferenciados de algunos que hicieron mucho ruido en su época, y que no pasaban de ser rumbosos versificadores.

Otro aspecto de mucha importancia es la valoración de ciertos nombres que o eran del todo extraños o apenas se sabía algo de ellos. El más importante del siglo XVIII, y en ello coincide Marco con las búsquedas y los hallazgos felices de Hernán Rodríguez Castelo, es nuestro primer gran exponente de la poesía cuencana, el padre Pedro Pablo Berroeta, que hasta hace unos años nos era totalmente desconocido, y que, en adelante debe ser hito obligado de la enseñanza literaria en la ciudad y el país.

Admiro a Juan Bautista Aguirre, nuestro gran barroco, y uno de los jesuitas desterrados en Italia, pero el talento y la versatilidad de Berroeta son tan admirables, que yo diría lo ponen por encima del autor de la Carta a Lisardo o de cualquiera de los poetas  recopilados en “El ocioso de Faenza”.

Tello destaca también a Ignacio de Escandón, contemporáneo del anterior, y que hizo una carrera militar, pero sin la admiración que muestra por su compañero de generación, contemporáneo como él de Aguirre y Juan de Velasco.

Esta no es más que una primera aproximación a una obra cumbre; seguiremos, muy pronto. (O)