Entre la Navidad y el Año Viejo, el crimen

Edgar Pesántez Torres

Hemos pasado una de las fechas más contradictorias y farisaicas del calendario gregoriano, el de la Navidad: regocijo para pocos y desconsuelo para muchos. Un tiempo en que la generosidad es calculada y la mezquindad escondida en la caverna del egocentrismo. Una época en que el gesto ostentoso hace gala de la opulencia. Pero también, la presencia de la mano generosa del que disfruta y comparte algún remanente de sus magros ingresos desde el anonimato. En fin, una estación de la sociedad contemporizada por el más crudo y abyecto mercantilismo y por la emergencia vivificadora de nuevas generaciones que encuentran en la fe la encarnación de la esperanza.

Ahora pasamos a quemar al Año Viejo y lo haremos simbólicamente al que quizá fue el más cruel que la humanidad ha vivido en el siglo. Como nunca antes lo despediremos con llanto, abrazos y vino, sin gasolina y cohetes como bien merecido lo tenía; no obstante, sabemos que la vida corre y nada detiene el camino al destino final, al que todos llegaremos así sea un tanto rezagados. Recibiremos uno nuevo con el recuerdo nostálgico que mira atrás y la esperanza de algo o en alguien que avizora teñir de verde los recuerdos. Tener esperanza, amigos, quizá sea mejor que conseguir a alguien o a algo, porque es una utopía que sirve para caminar.

Después del gran acontecimiento de la Natividad y antes de incinerar sin piedad al 2020, ayer evocamos el fiasco que le sucedió a Herodes, debido a la burla de Melchor, Gaspar y Baltasar, tres magos –en realidad fueron los primeros astrónomos de la historia– que representaban los tres mundos entonces conocidos: el europeo, el asiático y el africano, que incumplieron la promesa de avisarle al monarca de quién era el Mesías, al escabulleron por otro lugar distinto de Belén.

Pero ello dio lugar al asesinato de miles de niños inocentes en Belén, por lo que se instituyó el 28 de diciembre como el Día de los Santos Inocentes, día que de años atrás vengo de proponer que debiera extenderse a la defensa de los niños inocentes asesinados en el mundo y particularmente a los crímenes más execrables de niños que aún se encuentran en el vientre materno, al que ni siquiera se escucha los gemidos desesperados del acuchillado. Por estos asesinados con la avenencia de jueces y feministas una plegaria. (O)