Mejores tiempos

La hoguera era la pena de muerte de muerte más cruel y humillante; con el tiempo se la eliminó para reemplazarla con otras menos crueles, “más humanas”. La cultura popular de nuestro país la dedicó al año que termina, siendo el humor el reemplazo de la crueldad. La finalización de un año y el inicio de otro es una forma de celebración intensa en la que la esperanza se impone sobre la angustia. Al margen de la perfección soñada, en cada año, se dan elementos y positivos y negativos. Con la quema del año viejo se pretende incinerar todo lo que de alguna manera nos ha hecho daño, para que en el nuevo todo tenga un final feliz.

La sátira y la burla hacen presencia en este “ceremonial popular”, comenzando con el personaje o institución que encarna al año viejo, mediante monigotes cómicos. El ceremonial de la “muerte” en este caso derrocha alegría en el que participan las viudas y plañideras que se mofan del llanto y los testamentos en los que la creatividad humorística se derrocha. En nuestra ciudad ha sido una forma tradicional de aunar a los integrantes de los barrios robusteciendo la alegre solidaridad y haciendo gala de la unión y organización para culminar, de la mejor manera, esta meta festiva. Ha sido, posiblemente, la celebración en la que más se robustece la unión y solidaridad del vecindario.

Una de las más severas agresiones del COVID-19 ha sido la eliminación y simplificación del deleite de quemar los que se considera dañino. Es evidente que se trata de reuniones grupales en las que el baile, acompañado de unos tragos, elimina, aunque sea transitoriamente, el egoísmo y los distanciamientos personales al compás de la alegría. Hoy, sin el derroche de esperanza y entusiasmo, silenciosamente se retirará el año viejo, con la esperanza, dudoso de que esta pandemia sea derrotada el próximo. No hay las reuniones tradicionales, pero, todos debemos mantener este espíritu de optimismo y alegría en los entornos limitados que nos tocan. (O)