Debate e intolerancia

Mario Jaramillo Paredes

Que recuerde, Rafael Correa no participaba en debates. Tampoco en entrevistas con periodistas independientes. Tenía su Suso propio que le acompañaba en las sabatinas. La primera y única vez que participó en una, fue al inicio del mandato, con Emilio Palacios que escribía en El Universo. La entrevista terminó abruptamente cuando Palacios le contradijo en algo y Correa ordenó a su guardia pretoriana que le sacara a la fuerza. Después de ese acto indigno vino la persecución y la sentencia a través de uno de los tantos jueces de juguete que tenía. Y nunca más aceptó debates ni entrevistas libres.

Personas como Correa no pueden debatir. El gigantesco ego que tienen, la incapacidad de escuchar razones y la intolerancia, no les permiten. Pontifican solos. Insultan rodeados de guardias armados. O, de sumisos seguidores. Argumentan sin contradictores al frente.

Hace un tiempo se dijo que Correa, como no podía ir de candidato presidencial, iría de candidato a diputado. Sostuve siempre que personas como él serían un fracaso de legisladores, porque son incapaces de discutir frente a frente con un opositor. Están acostumbrados a parlotear cuando están solos o rodeados de corifeos o guardias armados. Pero son incapaces de ponerse frente a un adversario político. Sacarle de sus casillas es tan fácil como cuando se le niega un capricho a un niño engreído. Basta contradecirlo para que se descomponga.

Correa es desde luego inteligente y atrae masas. La persona a la que ordenó aceptar la candidatura – Aráuz- le sigue en defectos, pero no en esas cualidades. Por ello se niega a debatir a menos que sea obligado por la ley. Y, cuando lo hace- como el fin de semana- solamente atina a ofrecer mil dólares a un millón de familias o a negar que haya hablado de desdolarizar al país. (O)