Debate y opción

Edgar Pesántez Torres

En democracias maduras como la de los EE.UU., los debates de los candidatos presidenciales son de gran envergadura, capaces de hacer inclinar la balanza por uno de ellos. En este país también se optó por esta instancia, con buenos resultados en una época en donde el fragor de la política y el derroche de la propaganda, la publicidad y el marketing enajenaban al electorado. Aún recuerdo el que se dio entre León Febres Cordero y Rodrigo Borja, inteligentes representantes de claras ideologías contrapuestas.

El procedimiento se incluyó de manera imperativa en el Código de la Democracia, de modo que el actual Consejo Nacional Electoral no pudo evadir y en algo intentó resarcir su conducta cínica e impúdica. Pero los “debates” no fueron más que otra mancha a los tigres en competencia, pues, siquiera las preguntas insustanciales pudieron responder o simplemente evadieron. Y pensar que los cuestionarios -se dijo- fueron elaborados por una comisión de connotados…

El debate difiere mucho de la discusión formativa, el foro, el panel, el simposio, el coloquio, el informe, la conferencia, el discurso… Es una de las mejores maneras de conocer a quien va a ser presidente; tiene por objeto poner en discusión a dos expertos -no deben ser más- para que presenten sus tesis sobre un determinado asunto y sean capaces de defender con argumentos convincentes, combatiendo a su oponente en la forma en que mejor pueda hacerlo. Entonces, no cabe un debate en grupos de ocho.

Ni siquiera los moderadores estuvieron a la altura, ellos debieron exigir que contesten lo requerido, evitar que eludan sus ideas y el tiempo en mensajes pueriles, atemperando el acaloramiento y confrontando a los debatientes; buscar coincidencias, discrepancias y matices que conduzcan a posibles soluciones y acuerdos concretos. Al final debieron recapitular las principales ideas a fin de que el interlocutor pueda cotejar y decidir por la mejor alternativa.

Colofón: nada de provecho se sacó, todo fue vano.  En fin, hay que convencerse que, como en ninguna otra ocasión, esta vez no debemos optar por ideologías que dicen representar, tampoco por sus planes y programas y menos por promesas ilusas, porque lo único que procuran es sorprender al electorado. La mejor elección que podamos hacer debe fundamentarse sobre la base de los antecedentes del candidato, de su inteligencia y pensamiento, de su independencia intelectual y su personalidad madura. El resto, es pura paja.  (O)