“De galas vestida”

Alberto Ordóñez Ortiz

El hombre es grande en sus propósitos, pero débil en su ejecución. En la ardua tarea de llevarlos a la práctica, puede surgir por la debilidad argumental, -amén de otros imponderables- el duro revés de la derrota o, en base a pulso, talento y temple, convertirse en una de las gozosas victorias que nos depara la vida. Eso diferencia al hombre común de los grandes hombres. Allí. Precisamente allí está el abismo que hace la diferencia. ​

Mientras así discurría, el morbo gris de la vida, una vez más se hizo presente, recubría con algo de benignidad el momento de tensión que me asaltó y precedió a la elección de Presidente de la Corte Nacional de Justicia. La tensión giraba tercamente como si se tratara de agitadas palomas en torno a la desazón dominante. Sin embargo, pronto concluí que nada era gratuito, que todo era fruto de capacidad, reciedumbre y entereza, virtudes que destellaban en el caso del aspirante de mi preferencia y daban visa a su legítima aspiración. Decidí atenuar la llama de mi impaciencia, porque entendí que toda demora era inherente a estos eventos, y asumí más bien que para el caso, la demora era preludio –lo intuí- de una bandera multicolor –por unitaria: como ocurrió- que anunciaba a grandes voces el triunfo de mi candidato.

Recibí la llamada telefónica que tanto esperaba: “Alberto, gané la elección”. Fue toda una fiesta. A lo largo y ancho de mi ser, fui a la vez los globos, los petardos y la música que llovió cielo arriba y abajo. Iván Saquicela Rodas, el entrañable amigo de mil batallas, había sido elegido por unanimidad presidente de la CNJ: primer cuencano que alcanzó ese alto sitial. Fue también cuando el segundo verso del himno a nuestra Cuenca alcanzó plenitud cimera, porque a mucha honra, nuestra ciudad era una vez más: “Cuenca ilustre de galas vestida. Sí. De galas vestida. (O)