Antonio Lloret Bastidas 

Alberto Ordóñez Ortiz

Sin proponérselo, porque le era ajena toda forma de vanidad y, desde luego, porque era dueño y señor de una vasta cultura que avanzaba y se instalaba en los más profundos y lejanos puertos de la erudición, como por su penetrante cosmovisión de la vida, era la sabiduría en persona, esa sabiduría que le confería la real capacidad de “pesar almas”, con la que magistralmente pesó las “almas” de figuras estelares del quehacer cultural de varias y destellantes figuras de nuestro Ecuador profundo: José Peralta, Fray Vicente Solano, Honorato Vázquez, Montalvo y tantas otras, cuyas vidas y obras, desglosó en aquellos rasgos que les daban estatura e identidad inconfundible. Verídico en sus decires, sus palabras estaban marcadas por la sutil severidad de sus enfoques.

Digo, esto, a propósito de “Ensayos para la memoria” de Antonio Lloret Bastidas, justiciero homenaje de su familia por el centenario de su nacimiento. Es bueno recordarlo, y recordar que la memoria, la gran buceadora de los acontecimientos humanos que, manejada con impar maestría por Antonio, logra –en su memoria histórica- que Cuenca y la “cuencanidad” alcancen dimensión de epopeya.

Su memoria poética, es la del verso que cautiva por la magia de su luz y música. Su memoria de narrador, (cuentista y novelista) refleja su exquisita prosa. Su novela “Los Signos de la llama” mereció en 1975 el voto de Jorge Luis Borges dentro del concurso promovido por la CNE. Su memoria periodística es viva expresión del periodismo libérrimo que ilumina, educa y orienta. Por su vasta visión existencial, su memoria dejó de ser suya para pasar a ser la de la humanidad. No buscó la gloria, pero ella le buscó y encontró. Entonces, gloria a uno de los hijos más plecaros de esta Cuenca “cargada de alma”, más, por la desbordante lucidez y obra de Antonio LLoret Bastidas. (O)