Deuda electoral 

Alberto Ordóñez Ortiz

El Consejo Nacional Electoral –CNE- y el Tribunal Contencioso Electoral –TCE- quedan debiéndole al país. Y mucho, si las truculentas veleidades propiciadas por su inconsulto proceder se pesan en la balanza de la probidad. En materia electoral los ecuatorianos hemos sido cínicamente defraudados. Los conflictos reales o provocados, fueron y aún son el pan nuestro de cada día. La verdad es que se enfangaron sin dar muestras del menor asomo de sonrojo. La desfachatez marcó el escabroso desarrollo de ambos organismos. De negativa en negativa terminaron negándose a sí mismos, Y eso es mucho decir, porque de alguna manera se podría compararlos con los charlatanes de feria. El “aquí puse y no aparece”, es su áspera constante.

La desidia o quien sabe qué –hay voces que hablan de compra de conciencias y de otros asuntos de similar catadura- fue la que dominó. ¿Sera? “Dios averigua menos y perdona más”, dice el refrán, pero, en este caso, creemos a pie firme que no habrá perdón, porque estaba en juego el destino de los ecuatorianos y del país. Y atentar contra ese destino, es atentar contra la democracia y su garantía de estabilidad y paz social. La transparencia pasó a mejor vida, invisibilizada por las innúmeras tropelías que rodearían al caso. Las distintas fuerzas políticas deben unificarse en el propósito de impedir el retorno del correato corrupto, insolente y dictatorial.

Para dimensionar lo acontecido, hay que recordar que el CNE avaló el acuerdo al que llegaron Pérez y Lasso, para a continuación violarlo groseramente. En el caso del TSE, su pleno ni aprobó ni rechazó la resolución mediante la cual el ponente de la misma destituyó a cuatro de los vocales del CNE. El lavado de manos encharcó más la mugre provocada. Las deudas provienentes de malversaciones éticas son impagables y lo son hasta siempre, jamás amén. (O)