¡OTRA VEZ  LA CAMIONETA!

     Juan F. Castanier Muñoz

Queriéndolo o no, la verdad es que la camioneta se las ha arreglado para estar presente en la vida política del Ecuador de los últimos años. Y es que la perversa costumbre de subirse a la camioneta cuando conviene y bajarse de ella, asimismo cuando conviene, calza a la maravilla con las incoherentes actitudes de algunos personajes políticos. ¿Qué ecuatoriano tiene alguna duda sobre que fue Correa quién apadrinó, bautizó, confirmó, oleó, sacramentó y bendijo las dos candidaturas de Moreno, primero a la vicepresidencia y luego a la presidencia de la República?, ¿Qué ecuatoriano duda sobre que fue Correa y la plana mayor del partido oficialista quienes festejaron los triunfos electorales de don Lenin, con bombos y platillos?, ¿Qué ecuatoriano duda sobre que el partido oficialista financió la campaña de Moreno y que, con buenas y malas artes, con árbitros condecorados y apagones electorales, sellaron un pírrico y cuestionado triunfo presidencial?, ¿sabe el electorado que todos los candidatos a asambleístas por el oficialismo en el 2017, recibían el visto bueno de Correa y que, por tanto, los actuales resultados de sus actuaciones, tanto de morenistas como de correistas, corresponden a su fugado mentor y patrocinador?

Así es que, en estricto y lógico sentido, a todo el maloliente listado de actos corruptos y autoritarios de los diez años del correato, hay que sumarlos, por donde se lo vea, los cuatro años del actual gobierno. Que no nos vengan entonces con que “el traidor”, “el desconocido”, “el extraño”, “el aquí puse y no aparece”. ¡Que nadie se baje de la camioneta!.

Ahora, lo realmente doloroso para el twittero belga es que ¡lo quieren bajar de la camioneta!. Si, tal como leen, pues han descubierto que su figura, envés de ayudar, está perjudicando a la candidatura de su emparamado pupilo. Le han hecho saber entonces que tiene que “andar por la sombrita”, pero su incomparable ego, su vanidad, su arrogancia, le impiden que continúe twitteando veneno y mentiras. Pobre él, que fungía de irremplazable dueño y chofer de la camioneta, y el que decidía quién se subía y quién se bajaba, ahora condenado a ¡jalar dedo!