El valor del respeto

Edgar Pesántez Torres

El respeto es un valor importante en cualquier cultura y civilización como filosofía de vida para el bienestar de todos. Penosamente esta cualidad se ha ido perdiendo paulatinamente y las consecuencias están dando al traste con la civilización y retornando a edades primitivas.

Ahora nadie respeta a nadie: no hay autoridades divinas, naturales ni jurídicas. A los soberanos de los palacios se los trata como a cualquier vecino de mercado, a los maestros se los vilipendia como si fueran competidores barriales, a los médicos cual chamanes de mercado; los padres son desacatados y satirizados… En los tiempos que corren no cuentan las canas, los títulos, el género, el báculo…

Muchos factores han contribuido a esta hojarasca de atrevimiento e indelicadeza, entre ellos el mal ejemplo de los mismos ascendientes y líderes, quienes desde la tarima o cualquier espacio de poder gritan, insultan, ofenden, maltratan, injurian, deshonran, utilizan gestos obscenos y palabras de grueso calibre. Y lo que peor que desde los palacios insinuaban a proceder violentamente con los adversarios.

El profesor ha llegado a un sitio denigrante: no le saludan ni le obedecen y más bien se le burlan y afrentan, es un pelele sin autoridad en su reducto. Ahora es fácil que lo desafíen hasta en línea. ¡Qué importa si para sacar un título no sepan siquiera el título de la obra cimera de Cervantes u oído hablar del Manual de Carreño!

El ámbito político es el peor modelo para la niñez y la juventud. Recuerden si no a un déspota que en pleno Salón Amarrillo hizo gritar a los estudiantes presentes que manden a la v… al periodista Emilio Palacio. Hace poco un insolente cabecilla tildó de “patojo de mierda” al presidente, nada menos que en la Casa de la Cultura.

Es hora de eliminar este antivalor en todo nivel. Para ello, lo primero que hay que hacer es fomentar la cultura de la ética, la moral, la urbanidad, la cortesía y el arte del buen vivir. En segundo lugar, apostar por verdaderos líderes y no por insultadores, mentirosos o títeres de prontuariados. En tercer orden, fumigar de las oficinas a gente mediocre, enredadora, mezquina y suplantarlas por personas dignas.

Deplorablemente la alianza de los tontos y mezquinos lleva a implantar el irrespeto en todo nivel y resulta de una combinación infaliblemente demoledora, capaz de ensuciar los impulsos más limpios con suspicaces sórdidas. (O)