Con circo y sin fanesca

Edgar Pesántez Torres

En la década de los ochenta escribía que la historia cuenta que los emperadores romanos tenían una cínica manera de contentar al público, un recurso eficaz para neutralizar sus peligrosas reacciones, una mágica fórmula para la cual se suministraba a la chusma, simultáneamente, pan para sus bandullos y circo para el entretenimiento de sus espíritus. De este modo socavaban la ira contenida de la plebe cansada de los excesos de la nobleza decadente y el descontento de las masas por los malos gobiernos. Poco les importaba a Nerón, Calígula y otros déspotas los cientos de mártires cristianos que perecían triturados en las fauces hambrientas de tigres y leones en un majestuoso coliseo.

Parangonaba por esa época que el procedimiento de cretinización de las masas volvía a sucederse en la época en que el Congreso Nacional era integrado por vocingleros y saltimbanquis, mientras en la Casa Blanca y en Carondelet concertaban opresores que renegaban los derechos humanos. Hoy, para estar a tono con los derechos constitucionales montecristinos y los derechos humanos del feminazismo, se vuelve a repetir la misma práctica, con ligeros matices de los protagonistas que tienen aptitudes bufonescas solo para poner en Babia al pueblo y mantenerse como estrellas de cabaret.

Mientras ellos truenan, las buenas costumbres gástricas van desapareciendo y ni qué decir el recogimiento cristiano que se hacía por la Semana Santa. Pero como vamos quedando solo para sobrevivir, siquiera añoremos esos lejanos tiempos en que nuestras admiradas y respetadas femeninas mezclaban unos cuantos garbanzos con tiernos granos de maíz, fréjol y alverjas, unas rebanaditas de zambo y zapallo más unas rodajas de auténtica corvina, qué mejor si de Galápagos, y ¡zàs! estaba listo el exquisito plato para el disfrute de buenas gargantas.

La costumbre del circo romano persiste, mientras las buenas costumbres han ido desapareciendo. Ahora nos asustan desde las cimas de la ciencia y del poder económico y por acá nos indigestan los mismos politicastros por regresar al poder y algunos queriendo reemplazarlos, en tanto otros han quedado de pinochos, con la enfermedad del celo y la desazón, anunciando la nulidad de Pilatos.

A pesar de la peor pandemia del siglo, los ambiciosos no dan tregua y quieren llegar al poder para tapar sus ignominias y seguir en el festín del latrocinio.  La Semana Mayor es para el recogimiento y esta vez para la reflexión del voto. (O)