Triunfos y derrotas

Eliécer Cárdenas E.

                            

                                                 

Algún filósofo decía, que los triunfos y las derrotas son relativos, y que más vale una buena derrota que un mal triunfo, situación que deberían aprender todos los políticos sin excepción, cuando la vida pública no es más que una sucesión de diarias victorias y derrotas.

Los derrotados en los últimos comicios, han anunciado muy estratégica y diplomáticamente que aguardarán el consabido período de prueba para asumir su posición ante el nuevo gobierno de derecha, e igual ha dicho Pachakutik, el gran derrotado de la primera vuelta, a través de sus voceros, actitudes que demuestran un principio de madurez que ojalá supere el cerril oposicionismo que tanto daño ha hecho a la vida política ecuatoriana, cuando en años anteriores se estigmatizó desde el poder a la oposición, cargándola con los peores epítetos solo por el hecho de serlo.

Desde los predios del futuro gobierno, también sus dirigentes y voceros se han llenado la boca con la miel de la conciliación y la unidad nacional, bellas palabras que merecen ser recortadas y puestas bajo marco, pero que, en la realidad, pocas veces se encarnan en hechos. Guillermo Lasso, hombre de derecha y perteneciente a las filas del Opus Dei, parece poco amigo del fanatismo, sin embargo, de su raigambre ideológica, y esta virtud deberá mantenerla cuando lleguen los inevitables embates de la oposición, lo cual, por supuesto no puede significar mansedumbre, pero si madurez y amplitud de criterios, algo que hace falta también en la política ecuatoriana.

Como es usual, la mesa del banquete gubernamental está vacía, pero no solamente eso, sino es una mesa chueca y apolillada por la corrupción que campeó en los meses finales del mandato morenista, y deberá ir al trasto de los desechos inservibles, para que se construya una nueva mesa, alejada tanto del neoliberalismo rampante en el que algunos ganadores sueñan, como del seudo socialismo al estilo de Maduro y compañía, para que en el Ecuador se viva un ambiente propicio a la recuperación económica que tanto desean los ecuatorianos comunes y corrientes.

La manida frase “del Ecuador que queremos”, debería en el ejercicio político, convertirse en una realidad y no en el mero eslogan retórico que como chicle se mastica en los discursos. (O)