¡Al fin de la batalla!

María Eugenia Moscoso C.

“Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: “no mueras, te amo tanto!”

pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.” (César Vallejo, Masa)

Jorge Villavicencio Verdugo cerró sus ojos, luego de una vida en permanente combate. Cuántos años compartidos desde su cátedra, que imprimiera extremada exigencia, cuando fuéramos sus alumnos. Años más tarde, destinos semejantes permitieron que las aulas, salas y corredores, nos juntaran, como colegas en la docencia universitaria, debajo de ese gran paraguas de nuestra   Universidad de Cuenca.

Después, advino otra etapa, -la del retiro de las obligaciones y responsabilidades, para convertimos en profesores jubilados- siendo la época del tiempo libre que, demandaba por el reencuentro con los compañeros, en un escenario diferente: la Cafetería de la Biblioteca universitaria. Ese era nuestro punto de encuentro que ya, en estas extrañas épocas del Covid 19, fue preciso sumergirnos en una dimensión diferente. Por ello, Jorge Villavicencio, creativo y buscador, como siempre, armó su sala virtual y allí nos congregó a los profesores del área de Lengua y Literatura, al caer de la tarde, infaliblemente, en los días jueves.

Pero en la oscura noche de este lunes 19 de abril, una llamada apremiante, me sacó de mi reposo, para indicarme que este amigo y compañero, estaba ya traspasando las puertas de su día postrero. Acudí a su casa y lo encontré ya marcado por las huellas que imprime la muerte y con sus hijos, parodiando al poeta, le exhortamos: -Jorge, “no mueras, te amamos tanto, pero el cadáver siguió muriendo”. ¡Paz en la tumba del amigo, Jorge Villavicencio Verdugo! (O)