La vida mental de la persona

Hernán Abad Rodas

La característica esencial de la naturaleza humana es la capacidad del hombre para darse a entender a través de la “palabra”. Se afirma que el lenguaje es el espacio en el que se mueve la vida mental de la persona.

A las palabras no las lleva el viento, dejan huella, tienen poder, e influyen positiva o negativamente; curan o hieren a los seres humanos. Con razón los griegos decían que la palabra era divina, y los filósofos elogiaban el silencio.

La palabra es una imagen auditiva compuesta de dos circunstancias descriptivas; Para quien la expresa y hacia quien la recoge.

El ser humano en general, es proclive a, “hablar más de la cuenta”, y a parlotear sin sentido. Tal debilidad es ostentación de vanidad y/o ánimo de publicar sapiencia inexistente, que lo lleva a no limitar su palabra- inteligentemente- a la ciencia de su “conocimiento”… a extenderla hacia aquello que estima calza en su saber., sin percatarse de sus propias limitaciones. Al hacerlo habla de lo que domina, y lo que está fuera de su erudición lo inventa.

Al escuchar a un hablador puede darse; dos reacciones: El iletrado asumirá como válida la palabra del charlatán, con lo cual la tosquedad se expande en perjuicio de la sociedad.

El perceptor docto rechaza la verborrea, sea desnudando airadamente la estupidez, o descubriéndola de manera elegante; en ambos casos, el gárrulo queda por ridículo, para bien social.

Debemos cuidar nuestros pensamientos, porque ellos se convierten en palabras, y ellas marcan nuestro destino, debemos pensar antes de hablar, calmarnos y controlarnos cuando estamos furiosos o resentidos; hablar sólo cuando estemos en paz.

Creo que de las palabras depende muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra; las palabras tienen mucha fuerza, con ellas podemos destruir, lo que hemos tardado mucho tiempo en construir.

Las palabras tienen vida: bendicen o maldicen, alientan o abaten, salvan o condenan. Las palabras son la manifestación de nuestro mundo interior, al cuidar nuestro lenguaje, purificamos nuestro interior.

Lamentablemente, a la palabra se la manipula, se la pervierte, se la confunde, se la utiliza como arma arrojadiza. Tenemos que aceptar el hecho de que conformamos un pueblo de discutidores, de poseedores de verdades que procuramos imponer a los otros por fuerza. (O)