Aquellos viejos edificios

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

El cuidado del patrimonio es un tema que nos preocupa a todos y sobre el cual, sin embargo, sabemos muy poco. Lo cierto que, desde el ya lejano 1 de diciembre de 1999, cuando la UNESCO declaraba al Centro Histórico de Santa Ana de los Ríos de Cuenca como “Patrimonio Cultural de la Humanidad”, el tema del patrimonio ha levantado diversas y a menudo contradictorias posiciones.

A diario escuchamos noticias sobre las intervenciones en las zonas históricas y patrimoniales, levantando diversas y contradictorias opiniones. Detractores empeñados en denunciar las supuestas agresiones, entes públicos con competencias ambiguas y contradictorias, propietarios de edificios patrimoniales enfrentados a la durísima tarea de conservar, a sus expensas, aquellos antiguos edificios que exigen cuidados extremos, oportunistas de la política buscando capitalizar los conflictos y una ciudadanía a menudo perdida en un laberinto de leyes, ordenanzas y reglamentos que norman el delicado manejo del patrimonio.  Una ciudadanía que busca definir los imprecisos límites de esta tarea que la humanidad entera ha puesto sobre nuestros hombros ¿Qué significa patrimonio? ¿Cuáles son los límites reales de nuestro casco patrimonial? ¿Quiénes son las instituciones a cargo de su cuidado y administración? Y por sobre todas las preguntas anteriores ¿Estamos capitalizando esta joya histórica en beneficio de nuestro pueblo desde la óptica de la cultura, el arte, el turismo y el desarrollo?

Lo cierto es que el cuidado del patrimonio histórico de Cuenca es, cada vez más, una tarea que nos compete a todos. Una tarea que demanda a los actores públicos la constante actualización de las normativas técnicas que permiten y regulan su cuidado, que exige del gobierno central los recursos necesarios para mantener viva y vigente esta memoria ancestral, que demanda de la empresa privada programas extensivos de responsabilidad social donde se invierta en su cuidado; y, sobre todo, que demanda una profunda conciencia ciudadana sobre la importancia de su conservación.  Esto último, además, como un deber histórico y generacional, para que nuestros hijos y nuestros nietos puedan, mañana, disfrutar de este patrimonio intacto, proyectarlo al mundo entero como un destino por visitar, y utilizarlo, sin dañarlo, como una herramienta del progreso social… (O)