Corpus Christi

María Eugenia Moscoso C.

El Septenario cuencanoque, a partir de la celebración del cuerpo de Cristo o Corpus Christi, se traduce en una fiesta con enorme unción y de gran enlace con la religiosidad popular, se  ha constituido –año tras año- en una semana de profunda devoción en la Iglesia Católica, que coincide con el solsticio de verano, así como también, de recreación del sentido del gusto y de la vista, a través de los tan renombrados dulces, conocidos como “corpus” y la luminosidad de los castillos, juegos pirotécnicos y bandas de pueblo, preparados para esta ocasión. Un enorme despliegue de cocadas, de roscas de yema, de pristiños, de quesadillas, de quesitos, de turrones, de manjares de distintas formas y colores, de suspiros y de tantas otras delicias, que perturban cualquier dieta, a más de la venta de los tradicionales canelazos que llevan una mezcla de agua dulce de canela, mezclada con aguardiente de caña, bebida típica de la serranía.

Ya han pasados dos años, en los que esta celebración se ha visto muy restringida, pues la pandemia ha impedido la concentración de los feligreses en el Parque Calderón, para unirse a la solemne procesión con el Santísimo Sacramento colocado en la Custodia, que es un símbolo que reviste enorme solemnidad, a la multicolor quema de los castillos y a la venta y recreación de los dulces, a cargo de los patrocinadores o priostes que, día a día, se encargan del culto religioso y de las manifestaciones culturales, en atención al listado de padrinos que, previamente se ha establecido,  a cargo de los distintos gremios laborales,  sociales o culturales.

No hay duda que, el Septenario constituye una fiesta religiosa-popular de enorme trascendencia, en la ciudad de Cuenca, que reviste profunda solemnidad y complacencia en niños, en jóvenes y en mayores, pero que ahora, se ha visto afectado, como en todos los órdenes de la vida ciudadana, como una consecuencia de las restricciones que la pandemia ha impuesto, generada por el temible COVID-19. (O)