Ruido urbano

Eliécer Cárdenas E.

La ciudadanía está cansada de quejarse por el ruido urbano que se ha vuelto una constante en Cuenca. Apenas alguien se despierta en horas tempranas, escucha el ruido progresivo del altavoz de un vehículo con la melodía “Por eso de quiero Cuenca”, que, siendo tan bonita e inspirada en lo vernáculo, se ha vuelto sencillamente odiosa a fuerza de reiterarse a toda hora en calles, plazas y avenidas, por parte de las camionetas distribuidoras de gas a domicilio.

Y si no se trata de la melodía en mención, otras camionetas del mismo cometido lanzan una musiquilla que dice en estribillo “Vecinos, ya llegó el gas”. El infortunado escucha de estos mensajes, quisiera en esos momentos ser completamente sordo para no oír semejantes mensajes que invitan a adquirir los cilindros de gas. Peor si son estudiantes o maestros en plenas clases “Online”, o en línea, para hablar en castellano, porque estas “melodías” les impiden concentrarse en las tareas.

Pero no solamente los señores vendedores ambulantes de gas para uso doméstico contaminan con su ruido la ciudad, sino hay muchos otros reclamos por parlantes. Por ejemplo, hay un ciudadano que a diversas horas de la mañana o de la tarde recorre con su vehículo las indefensas vías, con el parlante a todo volumen que dice algo así como “Compro ollas viejas, refrigeradoras viejas, “califones” (debe tratarse de calefones) viejas. Compro fierros viejos. Viejas, viejas”. Con estas últimas palabras, no pocas damas se sienten aludidas y por supuesto ofendidas, aparte de la lastimadura a sus pabellones auditivos.

Cuando el comprador de chatarra ha dejado de oírse en el vecindario, oh, mala suerte, se escucha que desde un camión gritan por el altavoz respectivo “Compre, compre, la rica papa chola, compre, compre”, y de inmediato viene el siguiente vehículo que anuncia en los más altos decibeles “Aquí el pescado, directamente del mar a su mesa, el rico camarón”.

No bien repuesto el infortunado ciudadano de la agresión sonora en tanda vehicular, se escucha de pronto el ruido atronador de una moto sin escape, que cual alma de corrupto que la lleva el diablo, surca la vía. Sin embargo, hay otras desgracias sonoras en determinados barrios, por ejemplo, el ruido de una soldadora, de una amoladora, o de soldadora y amoladora a la vez. (O)