La justicia al servicio de la política

Hernán Abad Rodas

Nada es tan grave en un país, que la dependencia de quienes administran justicia. Si se admite que la independencia de la justicia es uno de los requisitos esenciales de un estado democrático y uno de los fundamentos de la seguridad jurídica, es fundamental que se empleen todos los mecanismos necesarios para erradicar definitivamente cualquier intento de intervención indebido en sus funciones.

La prefecta provincial de Pichincha y el alcalde de la capital tienen grilletes para que no eludan el control de la justicia, el defensor del Pueblo y el Contralor del Estado están en la cárcel, y todos ellos siguen tomando decisiones y están en custodia de los documentos que pueden ser pruebas en los procesos judiciales. Me parece un abuso de la democracia, del debido proceso, de la ética y de la tolerancia.

Los gobiernos democráticos que defienden la libertad están en un extremo y los políticos autoritarios en el otro.

Cuando consideramos que se exagera el respeto a los derechos de los políticos acusados y se permite que, en nombre del debido proceso y de la presunción de inocencia, los corruptos se burlen de los ciudadanos que los eligieron, hay que considerar la alternativa de la JUSTICIA AL SERVICIO DE LA POLÍTICA.

Hemos visto en las últimas semanas, en la dictadura de Nicaragua, la utilización repugnante de jueces serviciales para eliminar a los candidatos opositores con falsas acusaciones.

Algo se ha descompuesto en la administración de la justicia para que hayamos llegado a tener sospechosos de corrupción en los puestos de mando, y en las instituciones donde podemos denunciar la violación a nuestros derechos.

Los jueces que deben hacer las correcciones que el caso amerita tardan mucho y los políticos están siempre listos para meter las manos en la justicia con el pretexto de satisfacer la demanda popular. Lacerante realidad que me produce una callada tristeza.

Por su propia culpa el hombre es débil, porque ha remodelado la ley de Dios en una forma estrecha de vivir, encadenándose a sí mismo a las rudas argollas de las leyes injustas de la sociedad que él ha querido. Nos hemos acostumbrado a vivir bajo las leyes corruptas hechas por los hombres. (O)