El lujo del tiempo

Claudia Acosta

¡Sí, lo acepto, me molesta!, me molesta la gente apurada, escasa de tiempo…  desacompasada del ritmo natural, sin disposición para ver, oler, disfrutar, gustar, sentir, amar; corriendo sin tener un lugar al cual llegar, tragando los alimentos sin saciarse jamás, escarbando la adrenalina del movimiento rápido y excesivo, en búsqueda de resultados inmediatos, sin entender que la semilla requiere de tiempo y mucho para convertirse en árbol, que nueve meses tenemos que estar en el vientre para poder salir a la vida, que el pan tiene que leudar, que las ideas madurar…

Cuando la naturaleza, “la maestra”,  nos enseña tanto sobre la armonía y equilibrio entre pausa y movimiento, calma  la mayor parte del tiempo, sí,  con intervalos de energía y acción: la explosión de un volcán, una tormenta en el mar, la persecución de un predador a su presa, instantes rápidos, intensos pero luego la pausa, la calma, el silencio; los bosques, la montaña, el mar son calmos, los animales se estiran, relajan y descansan muchas horas al día, los ritmos de la vida natural son lentos: las estaciones, las mareas, hay un compás armonioso en ellos!

Como especie humana hemos perdido este compás, la enfermedad de la inmediatez, de la rapidez es contagiosa, virulenta, letal y surge de esta desconexión con los ritmos naturales, esta vertiginosa velocidad en la cual nos movemos sin poder parar; me recuerda el cuento de una niña que calza unos mágicos zapatos rojos que no paran de bailar, sin que ella pueda quitárselos, extenuada hasta el cansancio, hasta no poder dar más… esto no es vida, ¡es enfermedad!

Al contrario, la vida y sus placeres tienen estrecha relación con este lujo de tener tiempo: degustar lentamente una copa de vino o saborear un chocolate requiere tiempo, tiempo para escuchar con calma sin apurar al otro, viéndonos a los ojos, se necesita de pausa y silencio; caminar y observar el paisaje, las caricias suaves, lentas necesitan tiempo; Vivir Bien requiere del lujo de tener tiempo, no tenerlo, aun con bienes y riquezas materiales nos convierte en mendigos…

Finalmente, no hay frase que me transmita más pobreza, escasez, necesidad que ésta “no tengo tiempo…” (O).