Un baño amazónico

Bridget Gibbs Andrade

CON SABOR A MORALEJA

En días anteriores, el asambleísta Bruno Segovia alertó al país sobre el proceso de compra de seis vehículos para la Asamblea Nacional, cuyo costo superaría los 60 mil dólares cada uno. No le parece imprescindible adquirir más automóviles cuando el órgano legislativo cuenta ya con quince, los que podrían repararse alargando su vida útil, minimizando costos en una época de crisis. Fernando Villavicencio apoyó esta alerta y reveló que en la Comisión de Fiscalización no tienen una buena impresora y, aun así, pretenden incurrir en una compra onerosa e innecesaria. Adicionalmente, los dos legisladores expresaron su preocupación por los gastos realizados por la Asamblea Nacional en la provincia de Orellana el 29 de julio, cuando se desplazaban los integrantes del Consejo de Administración Legislativa (CAL), tres jefes de bancada y sus grupos de apoyo por los 23 años de provincialización. ¿Plata malgastada?

Según Guadalupe Llori, que casi llora de las iras al enterarse de la denuncia de los dos asambleístas, respondió que los vehículos de la Asamblea fueron fabricados entre el 2008 y el 2015 y que presentan fallas mecánicas recurrentes, cuyos costos de reparación son elevados. ¿Y si así fuera, justificaría comprar autos de 60 mil dólares? Indignada por la revelación de sus intenciones, tildó de amargados a los legisladores, desmintiendo su versión, afirmando que su seguridad corre riesgo pues sus choferes, en plural, a veces tienen que empujar los autos y, por ello, está utilizando sus propios vehículos. Es plausible que utilice su propio medio de transporte para movilizarse, es más, debería seguirlo haciendo para economizar gastos, sentando un precedente para que los demás funcionarios públicos la emulen. El parlamento sueco solo tiene tres vehículos que están a disposición del presidente del Parlamento y de tres de sus vicepresidentes, y solo para actos oficiales. Los diputados reciben una tarjeta anual para movilizarse en transporte público.

A Llori no le vendría mal un baño amazónico de humildad y austeridad. Funcionarios públicos, como ella, una vez posesionados en su cargo, dejan entrever a quiénes representan: a la izquierda ecuatoriana servida, cómoda y acaudalada. Debería avergonzarse en escudarse en que es una mujer indígena. ¿Hasta cuándo va a usar este trillado discurso para justificar sus abusos?  (O)