El mármol frío, en arte convertido

Nelson y Fernando Álvarez Reyno, los hermanos que la dan vida al mármol. Aquí, junto al toro en proceso de tallado.

Entre piedras de mármol a la intemperie, polvo y ruido de esmeriles, está el taller de marmolería de Fernando Álvarez Reyno, un artesano como lo es su padre, Alberto, y la mayoría de sus 10 hermanos también, pero que ya no lo serán sus hijos.

Ubicado en lo que Fernando denomina como el “Parque Industrial de los Pobres”, el taller artesanal se deja ver en el barrio Miraflores Santa Fe, un sector urbano-rural de Cuenca donde hay muchos de estos oficios tradicionales que se resisten a extinguirse.

Metido entre las piedras de mármol, que pesan varios quintales y cuestan según su calidad, textura, color y procedencia, está Nelson, hermano menor de Fernando.

Esas piedras, sobre las que se camina con precaución, provienen del Tena, Gualaquiza, Selva Alegre, Guayaquil, Puetate.

Se oye el crujir de una amoladora. Es visible el polvo. Los rayos solares, fuertes a las 10H00 del 21 de octubre de 2021, no parecen desconcentrar a Nelson, protegido por una visera y gruesas gafas, una de cuyas lunas luce reparada.

.- Es un toro, dice Fernando mostrando el pedazo de mármol color plomizo o algo parecido.

Y ya fijándose bien, claro que es un toro en posición de embiste. Fernando muestra el modelo: un torito de juguete, pero que ha sido perfilado en una plantilla, como se procede con los demás animales y aves que se elaboran en el taller.

Nelson estudió en la Facultad de Artes de la Universidad de Cuenca. Ha demostrado sus destrezas y técnica nada menos que en Argentina, Brasil, México, Francia, Egipto, entre otros países.

Ahí ha estado con otros artesanos de gran parte del mundo. Son eventos al aire libre y duran semanas. A cada quien le entregan una piedra de mármol para que la trabaje a vista del público. Ah, y también talla en madera.

Él ha ido a esos países con financiamiento propio, por si acaso. Claro que allí los organizadores algo le pagan.

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Uno creería que en esos talleres el polvo repercutiera en la salud. Pero Fernando, de 45 años de edad, casado y con cinco hijos, dice que no. Y pone como ejemplo a su padre Alberto, quien trabaja con el mármol no menos de 50 años, al igual que los demás artesanos que hay en el lugar, por ventaja aún rodeado de vegetación.

Fernando estima que el 90 % de los marmolistas ornamentales del país se concentra en Cuenca, no así los que se dedican a elaborar lápidas, que es otra rama.

Aquellos que, como los hermanos Álvarez Reyno, tallan el mármol para convertirlos en obras de arte, han sentido el golpe de las artesanías de resina importadas sobre todo de China.

Las apariencias de verlas más figuradas, brillosas y baratas, echaron de menos a lo hecho en Cuenca. ¡Cuándo no!

La venta de los productos elaborados por los marmolistas es poca en su propia tierra. Y lo dice Fernando con cierto desaliento; ni se diga su esposa Liria Guachichulca.

Lo que ellos hacen sale al exterior, donde sí son valorados. Estados Unidos es uno de los mercados.

Bueno fuera que sean ellos los que exporten sus artesanías. No, qué va. Son los intermediarios, de los que, sin embargo, están agradecidos. El que trabaja con él es de Estados Unidos. Y todo lo fabrican bajo pedido.

Si ellos lo hicieran directamente, necesitarían grandes capitales, conocer del mercado, saber el idioma.

“Fíjese lo que costaría llevar este toro de mármol en avión, donde cobran por kilo”, refiere Fernando. Los intermediarios llevan la mercadería, por lo general en contenedores; pues los costos son menores,

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En el taller de Fernando hay unos 60 modelos de figuras, que gracias al virtuosismo de obreros, casi todos jóvenes, le dan vida al mármol.

Y sí. Los talleres albergan una gran fauna: elefantes, delfines, caballos, camellos, toros, pájaros, entre ellos el búho; y, sobre todo tortugas.

Y son las tortugas las más cotizadas; mientras más pequeñas, mejor. Tienen pedidos de hasta 2 mil, o más.

Alguien dirá que el taller de Fernando Álvarez es un “tallerzaso”; quien sabe con cuántas naves. No, nada de eso. Son cuartos pequeños de tablas y ladrillos.

En uno de ellos, los animalitos ya acabados como que vieran y olfatearan de verdad. Ahí están los tableros que permiten perfilarlos Darles la forma anatómica tal cual son ya es tarea única de la habilidad de Fernando, de sus operarios, entre ellos algunos sobrinos suyos. Y todo esto a punta de esmeril.

En otro, sobre una mesa, dos mujeres jóvenes colocan pedazos de imán en las pancitas de las tortugas; en otra, Alexandra y Gabriela les dan brillo o las pintan con pintura esmalte.

Son tantas las tortuguitas en miniatura que se parecen a las reales como cuando recién nacidas, en grupo buscar el mar.

También están huesos de ganado. Sirven para elaborar los colmillos de los elefantes, cuernos de los toros. Un quintal de esos huesos lo compran en 40 dólares.

En otro, Paola, la hija de Fernando hace la labor de decorado.

En el alar de otro, él muestra una máquina de gran tamaño: es la cortadora con filo de diamante. Sirve para cortar el mármol. Con ademanes explica cómo opera esta máquina, que gira quien sabe a cuántas revoluciones por minuto.

.- ¿Algún accidente?

.- No, dando gracias a Dios, responde.

Pero sí algunos rayones, cortes menores en las manos. Su padre, años atrás, perdió un dedo de la mano. Pero sigue trabajando a sus ya 75 años de edad.

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En otro cuarto, varios jóvenes, cuyos rostros casi no se ven por lo protegidos que están, con la mirada fija en los esmeriles hacen el trabajo de pulido. Entre ellos está un hijo y un sobrino de Fernando.

Allí el ruido es medio ensordecedor. El polvo se esparce por los techos. Nuestra presencia no les inmuta a esos jóvenes obreros, ni siquiera al fotografiarlos.

Fernando, como la mayoría de sus hermanos, comenzó en el oficio de marmolista a los 8 años. Y lo confirma su esposa, que no ha cesado también de explicar lo que se hace en el taller, como cuando explica que en las exposiciones, por lo general en el CIDAP, lo que más se vende son los elefantes, a los que muchos les atribuyen la buena suerte.

Fernando, al que doña Liria le considera como “un hombre trabajador que no descansa”, recuerda a qué edad se inició en el oficio, pero no sabe hasta cuándo.

Lo que sí sabe es que sus hijos heredaron la habilidad, le han ayudado, pero el norte de sus vidas es otro. (F).

Texto y fotos:

Jorge Durán Figueroa

Redacción El Mercurio.