La cantaleta del “golpe”

Marco Salamea

Una de las características del discurso de quienes ejercen el poder gubernamental, en distintos partes del mundo y que pertenecen a diversas tendencias ideológicas, es acusar a sus opositores de desestabilizadores, conspiradores, golpistas, etc… Un discurso usado en América Latina, por ejemplo, por Presidentes como el nicaraguense Ortega, por el chileno Piñeira, por el venezolano Maduro y por el colombiano Duque.

Se trata de un discurso usado, generalmente, por los gobernantes que no quieren asumir sus responsabilidades en la creación de condiciones para el desate de conflictos sociales y políticos en sus países, y que buscan más bien victimizarse acusando a sus opositores de ser los causantes de los problemas de gobernabilidad.

En el caso de Ecuador ese discurso ya fue usado en contra de sus opositores por anteriores ex presidentes, como Correa y Moreno, y hoy está siendo utilizado por el Presidente Lasso. En este sentido nuevamente escuchamos, desde el discurso oficial, acusar a opositores de conspirar, de pretender desestabilizar la democracia e intentar dar un “golpe de Estado”.

Empero, más allá del discurso político que siempre es sesgado e interesado, lo que objetivamente se puede afirmar es que ningún golpe de Estado se puede dar sin la participación directa de quienes tienen a su cargo el uso legítimo de la fuerza: las Fuerzas Armadas. En este sentido, el último golpe de Estado que se dio en Ecuador fue en 1972, cuando las FF.AA. derrocaron al Presidente Velasco Ibarra. En el caso de los Presidentes Bucaram, Mahuad y Gutiérrez no hubo precisamente un golpe de Estado, sino su destitución por el Congreso Nacional y una sucesión constitucional (y por ende democrática) por los respectivos Vicepresidentes.

Si bien el Presidente Lasso ha tenido un desgaste creciente por la gestión en algunos temas y el caso de los “pandora papers”, la mejor forma de enfrentarlo es con una gestión más eficaz, con una mayor equidad social y con una total transparencia en dicho caso. No ayuda a su credibilidad y gobernabilidad acudir a la conocida cantaleta del “golpe”, ni repetir las descalificaciones o persecuciones de Gobiernos anteriores, a los que se criticaba cuando se era también oposición. Es que sin oposición no hay democracia. (O)