A todo señor

Aurelio Maldonado Aguilar

Apenas empezaba la mañana y se le veía en su camioneta Toyota Land Cruisier lacre parquear al pie del Colegio Benigno Malo para sus clases, en el afán de prender en nuestros revoltosos espíritus el sentido artístico musical. Su figura enjuta y elegante, con pasos estrechos y frotándose las manos, tejiendo los dedos a nivel de su abdomen como si quisiera escapar del frío, apretando sus labios, entraba a las aulas para regalar su enorme conocimiento en la materia de música. José CastellvÍ, Pepito como lo llamábamos, decidió que los tres paralelos del sexto año participaríamos de un evento coral a nivel de todos los colegios de Cuenca, que bajo su egida se organizaba.

Nos subió al centenar de atorrantes a las cúpulas de latón del colegio, donde la acústica era ideal a su parecer, y nos colocó en tres grupos: al frente, diestra y siniestra del atril que usaba para dirigirnos con su batuta elegante. Luego de explicarnos el cómo y para qué, golpeaba sutilmente el atril con su saltarina varilla y empezábamos los coros. Todo marchaba bien e incluso se escuchaba bien. De improviso y de en medio del grupo de la diestra, inusitada y díscolamente salió un grito estertóreo parecido al de tarzán de la selva en medio del coro y venían las carcajadas de los atorrantes que fuimos. Furioso rechinaba sus dientes y frenético, golpeando la batuta, intentaba controlarnos. Vamos de vuelta al coro.

Nuevamente cantábamos con armonía y ahora de la siniestra salió otro de aquellos gritos y entonces enfurecido se remordía y de su fina boca cerrada salía un insulto entre dientes, mientras zapateaba de furia. Se dio media vuelta y nos abandonó y el grupo de atorrantes que fuimos de jóvenes, no participamos del programa coral y no entendimos en aquel momento que teníamos un profesor de lujo, cosa que si valoraron músicos de calidad, que bajo su maravillosa diciplina y arte conformaron la orquesta sinfónica de Cuenca, donde asistía gran cantidad de público culto con enorme respeto y admiración para todos sus participantes y en especial para la figura esbelta y cana de Pepito Castellví, que organizaba bellísimos conciertos en diferentes escenarios e iglesias.

Músicos virtuosos muy conocidos participaban en la refinada y nueva escuela del arte sinfónico y el público que asistió por años a sus conciertos sintió como si estuviésemos en la misma Scala de Milán. Cuenca le debe mucho al gran maestro español, que fue un cuencano ilustre y maravilloso. (O)