Las lágrimas de cuatro inocentes

Leonar Durán

Llegaron esposados. Se sentaron. Los latidos de sus corazones no eran los mismos. Al frente estaban los magistrados de la Corte Nacional de Justicia cuyas togas inspiran miedo, reverencia, respeto, o quien sabe qué.

Era su última oportunidad para dejar la cárcel. Tras sus barrotes permanecían cinco de los doce años para los cuales fueron sentenciados. Afuera, sus familiares se mordían las uñas hasta conocer la resolución del Tribunal.

Eran Luis Guanotasig, Geovany Laso, Eduardo Mullo y Jesús Tecama, expolicías condenados por intento de magnicidio en contra del sujeto que gobernó Ecuador, cuya megalomanía y complejo de saltamontes derivó en el fatídico 30S.

Ellos, ese día estuvieron en las cercanías del hospital de la Policía a donde fue llevado el “machote”. Qué jugada cruel la del destino de estos cuatro hombres. Los acusaron de no cumplir sus tareas e impedir que se atentara contra la vida del susodicho.

Y les sobrevino el calvario. Se los despojó de sus uniformes. De su orgullo de ser policías. Les dejaron sin trabajo. Les montaron pruebas falsas. Algunos esbirros actuaron como testigos falsos. Y los primeros jueces, también esbirros y vergüenza del Derecho, al igual que los fiscales fantoches, les condenaron.

Sin jamás darse por vencidos plantearon los recursos de revisión. Aportaron nuevas pruebas. Llegó el 24 de noviembre de 2021. Y la “resurrección” sí fue posible. La Corte ratificó que eran, que siempre fueron inocentes.

Un país apático, indiferente, si es que lo vio, atestiguó el regreso a la libertad de Luis, de Geovany, de Eduardo, de Jesús. Lo celebraron con sus abogados, con sus familiares.

Cómo no dolerse, cómo no indignarse ver a Luis Guanotasig, que de rodillas, con las manos en la cabeza, dejó escapar sus lágrimas, lágrimas de impotencia, de indignación; y exclamar: “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me hicieron tanto daño? ¿Por qué?”

¿Quién responde por esto? ¿Y los jueces y fiscales esbirros, qué? ¿Y el susodicho, que por parecer magnánimo, les pidió declarase culpables, para luego perdonarles? Ellos se negaron por dignidad, una virtud que ese “hombronazo” no la tiene, excepto cuando tenía poder.

Si alguien quiere inmortalizar la prepotencia en el ejercicio del poder, ya sabe que rostro tomar como modelo, aunque la piedra se negará a ser tallada. (O)