Cáncer social

La medicina en los últimos años ha avanzado en mitigar los efectos letales del cáncer, pero sigue siendo una temible amenaza a la salud. No se trata de una pandemia como el COVID, pero sin distinción alguna, ataca a personas al margen de sus categorías y condiciones. En la estructura del ordenamiento social humano hay elementos destructores, negativos y aparentemente anónimos como el narcotráfico. No nos referimos a los devastadores efectos de la adicción a determinadas drogas, sino al tráfico y comercialización que, burlando la prohibición de su consumo en casi todos los países, genera fortunas millonarias para sus promotores y ejecutores, eludiendo con toda suerte artimañas las normas legales de todos los Estados.

La semana pasada, cuando el Embajador de Estados Unidos en una entrevista de prensa manifestó que en el Ecuador hay “narco generales” a los que su país había quitado la visa, se armó un escándalo confuso para detectar quienes eran los aludidos. No vamos a discutir la prudencia de esta afirmación. Lo que admira con indignación es el malévolo poder de los narcotraficantes que “compran” o mediante amenazas logran la “amigable” colaboración de funcionarios públicos de todos los niveles para garantizar su la prosperidad “empresarial”.

Su éxito se fundamenta en hacer realidad el aserto “sin Dios ni ley” que suena a exageración. La ambición arrasa con los principios morales y políticos. Su inmoralidad no tiene límites; el asesinato, el soborno y el chantaje son elementos fundamentales de su “ética”. Excepcionalmente aparecen nombres como el de Pablo Escobar, pero lo normal, es el anonimato que llega a las más altas esferas. Grandes fortunas que surgen de la nada, campañas electorales de inusitados costos huelen a cocaína, pero este olor no se traduce en hechos y peor en intervenciones y sanciones de los sistemas judiciales. Adicciones y vicios son reprobados por el orden social, pero son la fuente de esta imbatible “transnacional”.