Promesas de año nuevo

Alberto Ordóñez Ortiz

Todo inicio de año, trae su sarta de promesas. La más recurrente, está hecha, como las demás, de buenas intenciones que, al ser violadas al revés y al derecho nos llevan rectito a séptima paila del infierno. Además, resulta irrealizable, porque es producto del efímero sentimiento de culpa del primer y negro chuchaqui de año nuevo, cuando la perlesía de sus temblores nos incita a someternos a dieta, –exigente a más no poder-, con la que intentamos quitarnos el sobrepeso ganado con los buñuelos, las suculentas carnes, demás manjares navideños y, los repetidos vinos. Purgamos con esa promesa nuestros dulces excesos: Yo prometo, tu prometes, él promete. Todos prometemos.  

No sufra, ni pierda compostura, porque la promesa, si dura, no pasará del carnaval, fiesta en la que el hornado, el mote pata desbordado por el tocino, como la fritada, el chicharrón, las morcillas y todos los dulces habidos y por haber, sumados a los triunfales zhumires sumergidos en canela, azúcar y naranjillas, nos llevan a consumirlos uno, tras otro, u otro tras uno: como le guste. Por lo demás, el río crecido de sus calorías derrumba al más pintiparado, es decir a Usted y a mí, como al vecino y a la vecina, la misma que es la que le saca de sus cabales y le pone en el paraíso offshore de la dulce concupiscencia.  

En el ínterin, la boca se volverá amarga, porque subirá todo, los aportes al IESS, la edad para la jubilación, los impuestos y, desde luego, bajarán los tabacos, para que vean lo bueno que es el gobierno. Así y todo, no se preocupe que, a línea seguida, nos esperarán los gloriosos dulces de corpus: ¡Aleluya! Pero, por ventura, las promesas no duran para siempre. Sólo tendrá que esperar 365 días, momento en el que podrá hacerse la promesa de nunca más hacer promesas. Hasta entonces, feliz año nuevo y prósperos carnavales. (O)