El nuevo Leviatán

Carlos Castro Riera

Hobbes utilizó el nombre del monstruo bíblico Leviatán para referirse al Estado que se configuraba en su época como un poder absoluto, omnímodo, personificado en el monarca que, en base a la fuerza e infundir el temor y hasta terror entre los súbditos, imponía el orden confundido con la paz.

Con el advenimiento del liberalismo y para garantizar las libertades individuales, la propiedad y la libre empresa se reguló la intervención del Estado y el uso de la fuerza, a través de la ley, surgiendo el Estado de Derecho que evolucionó hacia al Estado Democrático Constitucional cuyo objetivo es la realización de los derechos.

En estas condiciones, el Estado, la autoridad, puede hacer lo que le expresamente le permite la ley y los ciudadanos pueden hacer todo lo que la ley no lo prohíbe, pero para situaciones de conflicto armado interno, guerra, desastres naturales o calamidades públicas, se creó el Estado de excepción, bajo el cual se pueden suspender o limitar algunos derechos y disponer medidas para enfrentar la crisis.

En el país se ha instaurado en forma cada vez más frecuente el Estado de excepción y paulatinamente se va creando un nuevo Leviatán cuya naturaleza y objetivo es la seguridad, para lo cual se está echando mano de la categoría del Estado de emergencia como algo natural y ordinario incorporado en la ley para ciertas situaciones, diferente al Estado de excepción normado en la Constitución.

Los modeladores del nuevo Estado lo justifican por la crisis carcelaria, el impulso de la delincuencia organizada, el narcotráfico y los “nuevos enemigos internos y externos”.

No son cambios simples, se está estructurando una institucionalidad estatal con enorme trascendencia que amerita un mayor debate en la sociedad, porque una cosa es preparar una institucionalidad eficaz para enfrentar la delincuencia, y otra, configurar una maquinaria represiva del descontento social motivado por las consecuencias del neoliberalismo concentrador de la riqueza y destructor de la naturaleza.

El Estado Constitucional no puede ser vaciado de su contenido y objetivos, y reducido a una mera forma, detrás de la cual se encubre un Estado autoritario y arbitrario cuya actuación se legitima por una coraza jurídica al servicio de la fuerza y no de los derechos. (O)