A la mujer, ¡Mujer!

Edgar Pesántez Torres

La mujer de hoy no es un ser imperfecto que precise un ajuste, prueba fehaciente es que las tareas realizadas en su calidad no pueden desempeñar su oponente mejor que ella; sin embargo, parece cierto que aún persisten determinados sistemas educativos y políticos equivocados que afectan más agudamente a las inteligencias de sus opuestos, por ello no extraña que la mujer reclame igualdad de derechos: no porque su inteligencia haya aumentado, sino porque se ha empobrecido la del varón.

La historia da cuenta que a la mujer desde el mito de Eva se la endilgado por pecadora, es decir, se la consideraba que sus pensamientos y acciones iban en contra de la voluntad de Dios; quizá esa la razón por la que hasta ahora no ocupa cargos estelares en ninguna religión del mundo.  Desde siempre la mujer ha sido abusada, subastada, prostituida, rezagada a trabajos inferiores.

Se la sometió en la economía y se la marginó en la educación. No obstante, la falsedad que hoy mismo se dice de ella en discursos, poemas, novelas y canciones, resaltando sus cualidades físicas y espirituales no dejan de ser más que excusas para que no entre a degüello y vanos premios de consolación. Ella ha sobrevivido siendo la verdadera protagonista de la humanidad por su capacidad de amor e inteligencia, evidenciando en cierto modo que en la vida es más necesaria que el varón.

Si a tanta hostilidad durante por siglos ha subsistido por su capacidad de amor y a tanto abandono y contradicción ha sobrevivido su inteligencia, es porque es más necesaria que sus contrarios. Ella no ha requerido pronunciamientos estrafalarios y menos acciones en contra de su naturaleza de madre, esposa, amante… ¡Nada de ello ha necesitado! Por contra, su feminidad deberá convertir al mundo de hoy en otro, donde la solidaridad, la generosidad, la ciencia, el arte, la cultura, la fusión con la naturaleza, la humanización… sean los valores consagrados.                                                                                                                                                                                                            El pensador ya dijo que “toda amistad es deseable por sí misma, pero tiene su origen en los beneficios femeninos” y añadió que “no necesitamos tanto de la ayuda de nuestros amigos, como de la confianza en la ayuda de ella”. Hago mío estos juicios para relievar la amistad que ofertan las mujeres, tal vez la más pura y fraterna que de los varones. Tener amigas de hondas raíces es placentero porque con ellas obtenemos dos ventajas: seguridad y confianza. (O)