Defendámoslo

Aurelio Maldonado Aguilar

Los preparativos menudeaban. Cada uno de los mozalbetes decía lo que le parecía trascendente para la próxima aventura. Sin pertrechos especiales ni ayudas propias como las que hoy existen, la alegría del grupo y la insólita esperanza de aventureros montaraces que pretendían domeñar montañas, fue siempre la tónica. Una carpa rudimentaria de algún mal caucho y una cobija tigre que pesaba toneladas y más aún cuando se empapaba en el páramo, fósforos el gallito, algunas espermas, latas de atún y linterna con pilas everredy, se arrebujaban en las mochilas cedidas en gentil préstamo por los militares. Una caña simple de pescar, sedales y anzuelos, se incorporaban esperanzadores, pues significaban el futuro e indispensable sustento en la montaña en los días que vendrían. Jubilosos emprendíamos el periplo, llenos de energía y libérrima imprudencia. El agua fue siempre, la invitada especial. Sin valorarla en su enorme importancia en esos ya, lejanos días y posiblemente porque Cuenca y sus montañas tan cercanas, son ricas en lágrimas cristalinas convertidas en arroyos y luego maduros en ríos bellísimos que cantando atraviesan vegas y explanadas, hoy cundidas por casas. Décadas pasaron en aquellos mozuelos y ya setentones, sentimos en el fondo de las carnes, la necesidad urgente y valiente de defensa de nuestros humedales. Un monstruo enorme lleno de avaricia y ciego por la minería y el oro resultante, depreda inmisericorde prístinos lugares que nos acogieron como aventureros y en su loca y estúpida labor, extraen minerales que enriquece a pocos, mientras que vuelve yermos los verdores y envenena aguas que se supone, serán eternas y productoras de vida y espejismos de belleza única. Mineros menesterosos ilegales, obtusos de mente estrecha no determinan valor en fuentes de vida y empresas mineras nacionales y extranjeras que solo ven ganancias en sus miserables talegas, depredan el más hermoso santuario de montaña y todo, incluso, con complicidad de gobiernos, que, ante premuras económicas, prefieren riqueza hoy y hambre y destrucción para mañana. Octogenarios ya algunos de aquellos que hollaron respetuosos y jubilosos lagunas y vertientes, debemos de una manera comprometida y si es necesaria combativa, acabar con esta peste de gambusinos y sacarlos de forma inmediata de nuestros páramos. Obligar a las autoridades, para que armados de valor, hagan respetar las fuentes de agua de una ciudad bella, Santa Ana de los cuatro ríos de Cuenca. (O)