Víctimas indirectas

De las perversiones humanas, la guerra es una de las más repudiables. Su “superioridad” sobre los demás seres vivos del planeta se deteriora, lamentablemente, cuando su capacidad de razonar e introducir variables en la realidad se pervierte y  traslada a medios para matar a sus semejantes,  no son solo  combatientes, sino personas comunes contra las que se proyectan estos medios de destrucción con  repugnante frialdad mediante bombardeos a ciudades que no distinguen ni condición ni manera de pensar de sus víctimas, como está ocurriendo con los sádicos bombardeos  que realiza Rusia a estos centros  poblados de Ucrania con la repugnante frialdad de sus autores que no arriesgan un pellejo.

La información internacional nos muestra misiles rusos estrellándose contra edificaciones comunes, incluidos hospitales. El número de personas que deja el país para liberarse de esta agresión sobrepasa los 3 millones, cifra cercana al diez por ciento de la población, en altas proporciones sin contar con nada seguro en los países en los que se establecen y la condición de refugiados –para algunos una situación humanitaria, para otros una carga no deseada- debe ser altamente incómoda, mientras que, en la potencia agresora nada de esto ocurre. Ser refugiado, ni de lejos es una situación cómoda.

Lo lamentable es que la situación continúa y que los invasores se regodean asesinando a personas indefensas simplemente para mostrar su “poder” enorme para el abuso. Se puede pensar que también Ucrania debería “ceder” aceptando las condiciones que propone el invasor. Pero aparte de los daños materiales en el ser humano hay un componente inmaterial que se denomina honor que influye en las víctimas para mantenerlo con dignidad. El invasor carece de este componente humano pues, continuar aprovechando su superioridad bélica es una muestra de indignidad que pasará a la historia de la vergüenza.