Tomándole el pulso a Cuenca

Leonar Durán

De pronto, un aluvión arrastra todo a su paso. La razón humana no entiende cómo, en contados minutos, una maza de tierra, lodo, agua y piedras, deja absorto al hombre: sin casa, sin vehículos, sin vías, sin sus seres queridos.

La naturaleza es bella. Nos hace parte de ella. Nos entrega todo; pero también es impredecible, peor si la agredimos. Es paciente, nos advierte, pero cuando se enfurece es indetenible.

Cuenca ha vuelto a palpitar con más fuerza luego del amaine de la pandemia tras casi dos años de contraluz. Sus calles y avenidas no dan abasto para tantos vehículos. De nuevo la contaminación auditiva. El estrés de los conductores es un buen tema de tesis de grado para los futuros psiquiatras; igual que para los futuros instructores de las escuelas de conducción la manera en la que lo hacen los sportman, los profesionales, aun los ‘especiales’.

Bien dicen que el cuencano es “una maravilla” mientras no esté en el volante de su vehículo.

Crece la informalidad en la ciudad. Cientos de hombres y mujeres, llevando en hombros o en carritos, circulan por las veredas o pernoctan en ellas, vendiendo desde un alfiler, hasta un calentador y zapatitos para bebé. O los que ofrecen, desde chochos, pomadas de mariguana, hasta patatas y empanadas.

Son perseguidos por la guardia ciudadana, que mira a otro lado en el centro de la urbe donde portales y veredas han sido bloqueados con remedos de jardines por gente con poder y de “buenas amistades” para alargar sus negocios.

Dicen que cuando los ríos que cruzan por la ciudad están entre medio secos y secos les baja el ánimo a los cuencanos. Pero los maldicen cuando crecen y se salen de su cauce; peor si deben salir a buscar a un ahogado.

Ni bien se intenta sobrellevar las secuelas de un aluvión, Cuenca se horroriza al conocer la masacre carcelaria. Una cárcel convertida en un lugar de carnicería humana; un lugar donde la vida humana no parece vale nada; un lugar edificado para desparramar miedo y zozobra.

Me pregunto: ¿Cómo entender que eso sea hecho por seres humanos en contra de otros seres humanos? ¿Qué está pasando con la humanidad? ¿Acaso por pagar una condena se pierde humanidad?

No vale concluir sin citar aquella mañana cuando dos jóvenes profesionales de la Enfermería dejan la ciudad para ir a su lugar de trabajo, y en segundos sus cuerpos son parte del amasijo de fierros y latas del vehículo en el cual viajaban.

¿Alguna pregunta? (O)