La fundación de Cuenca

Roman Izquierdo Beltran

Desde 1.535 empieza a poblarse la zona de Tomebamba con muchas familias españolas que pasan a Gualaceo, El Pan y otros lugares, atraídos por la riqueza aurífera de ríos y montañas; por eso, en 1.538, don Francisco Pizarro González dispone que el Capitán Rodrigo Núñez de Bonilla ejerza de Encomendero en esta región, quien funda o establece un asiento español denominado Santa Ana de los Ríos.

En 1.556, don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete y tercer Virrey del Perú, expide una Provisión disponiendo que el Gobernador de Quito constate personalmente la “maravilla de lugar”, ensalzada por Pedro Cieza de León, cronista de esta región en esa época, y proceda a fundar una ciudad, si realmente amerita. Don Gil Ramírez Dávalos recorre la comarca y sin dilaciones fija el lugar: próximo a los jardines de Huayna Cápac, a 15 cuadras de las ruinas de la ciudad arrasada por Atahualpa, y erige a Cuenca de América, similar a la de España, con el nombre de Santa Ana de los Ríos de Cuenca.

Un lunes santo, 12 de abril de 1.557, inician la ceremonia de la fundación con la celebración de la Santa Misa que ofician conjuntamente el franciscano Tomás Calvo y el presbítero Gómez de Moscoso, rodeados de numeroso grupo de familias españolas que van a avecindarse, pocos indios y la presencia de los caciques Hernando Leo Pulla y Juan Duma convertidos ya al cristianismo. Seguidamente, los celebrantes, levantando la cruz en alto impetran, una vez más, el favor divino sobre esta hermosa tierra y los que la habiten, y la bendicen, triplemente, deseando que sea para siempre “tierra de fe, de honradez y de hidalguía”.

A continuación, ante la presencia de don Pedro Muñoz, Fiscal del Rey, don Gil Ramírez Dávalos hunde, vigorosamente, tres veces, la espada de acero rutilante en el suelo, hasta estoquearla, sosteniendo fuertemente con la otra mano el estandarte de España; luego, por cuatro veces consecutivas recoge a mano llena el polvo de la tierra y lo arroja, lo más lejos posible, hacia los cuatro puntos cardinales, en señal de absoluta posesión en nombre de los Reyes de España. Inmediatamente rechina el aplauso eufórico de los presentes, y las melodías de los clarines y las trompetas triunfales inundan el horizonte vasto y magnífico.

Una vez que han menguado los aplausos triunfales, el Escribano Mayor de la Gobernación de Quito, don Antón de Sevilla, lee en voz alta las instrucciones dadas por el Marqués de Cañete para la buena marcha de la ciudad naciente. Deja bien claro que luego de esta fundación, en pocos días más, se hará el trazado de la ciudad, asignando solares a todos los vecinos, nombrando autoridades, señalando espacios para el Cabildo, los edificios públicos, para las iglesias, carnicerías, tiendas y mercados.

Toma nuevamente la palabra don Gil Ramírez Dávalos para destacar, en nombre del Rey Felipe II de España, que también se colocarán los “rollos” y la picota con horca y cuchillo para los transgresores; lo que causa cierta hilaridad entre los presentes, pero corta con potente voz reitera que en la nueva ciudad, debe primar el orden y la ley “para que la tengan en paz y justicia” para siempre. (O)