El mar tras el viento y la palabra amorosa

Aníbal Fernando Bonilla

La poesía como caricia indeleble y determinante acomete en tópicos que rebasan el tiempo y el espacio. El amor es uno de ellos. Con frenesí y soltura metafórica, Gabriel Cisneros Abedrabbo entrega su más reciente cosecha poética: Somos el mar (El Ángel Editor, Quito, 2022). En este corpus textual, es el amor el punto de inicio y final por el cual el autor se enfrenta al papel límpido como mecanismo de desintoxicación vivencial; desafiante ejercicio que abarca otros aspectos isotópicos: los recuerdos, la relación de pareja, la lealtad, la felonía, la vida, la muerte.

El amor se expresa en una vívida plasmación a la mujer anhelada, ya sea en la descripción carnal con la amada, o en la evocación incondicional de carácter materno. En el decurso de la obra el mar es una señal de constante riesgo, perturbación y, paralelamente, de salvación. Hay un hiperbólico anuncio que anima el mutuo deseo: “En la conjunción del solsticio/ tus aguas agitan/ mi tierra seca/ y dan vida a la semilla/ de la que germinan péndulos”. La imagen oceánica se antepone como campo de batalla, pero también como estancia de reposo y a la vez de éxtasis en sus profundidades. Es una verdadera alegoría en donde los amantes celebran su condición de tal, bajo la sombra, bajo la lluvia, bajo el estallido de sus humedecidos cuerpos: “Tú, ligera y punzante/ eres música lejana, / en el naufragio/ del mar y sus corsarios”.

Cisneros se interna en la prosa poética, probablemente por su marcada tendencia al poema dilatado de versificación emancipada. Apuesta con acierto a la unidad retórica, cuyo eco reiterativo se sumerge entre las afanosas olas del mar y el implacable destino amatorio. Mar y amor en las amarras de impensados muelles en busca de calor, alimento y descanso tras el alarido del sexo y la ensoñación. En Somos el mar -bitácora del marinero en piélago lírico- hay una plegaria del retorno ante el posible naufragio, el grito del errante y el vencido, el pretérito como llaga y sangre. Ajeno al territorio geográfico, el autor inventa paraísos posibles en la nostalgia de la matria-amante, en estricto sentido femenino.

El sujeto lírico apela a una semántica en donde se establece una comunicación idílica ante la reminiscencia de los hechos consumados con el ser amado, en analogía nerudiana: “me quemo en tus labios cuando callas”. Por eso, tampoco es casual la enunciación de Los amorosos de Jaime Sabines. El poeta denota que hay una mujer que habita en sus entrañas, aunque cabría agregar que en él habita más de una mujer que ha marcado huella y oleaje en sus distintos niveles de correspondencia existencial, cuya insistente fuerza simbólica y pragmática confluye en el amor como “manto blanco”.

Jean Arthur Rimbaud escribió que “(…) la eternidad/ Es la mar unida/ con el sol”. En tanto, Cisneros considera que aquella eternidad es sinfonía de agua bendecida por los astros y maldecida por la penumbra, en el mismo mar en donde renacen nuevos amaneceres. (O)