Madre

Aurelio Maldonado Aguilar

Se acercaba el día y todos los amigos integrantes de la jorga, opinaban, preparaban y se comprometían para lograr festejarla a todo lo ancho. La búsqueda de los virtuosos en música, para ser convocados y comprometidos, sin escusas, para el magno evento. El lugar de concentración se decidía, tomando en cuenta las variadas amabilidades y libertades posibles de determinada casa, que sería el cuartel general por una semana completa de ensayos, pues era, sin escatimar tiempo, donde se discutía el repertorio musical y claro, los mejores y más aptos en el campo melódico, eran asignados lógicamente, a pesar de que el dueño de la mamá, en particular, debía tomar acción, así fuese en un opaco sitial a lado de los verdaderos cantantes, pero el cariño y respeto era tal, que obligaba a graznar lo mejor posible, llegado el momento. Una semana de algarabía. Días de rizas y preparaciones. Ensayos en determinadas melodías como aquella de Madre cariñito santo, desgañitándonos hasta altas horas acompañados, desde luego, del infaltable aguardiente que limaba y escondía gallos y falsetes y eliminaba, como acción relevante y útil, la timidez de los artistas. Guitarras como instrumento básico por su facilidad de adaptación y trasporte. Difícil fue siempre, en aquellas épocas, encontrar amplificador, que hoy es cosa de llevarlo en el bolsillo, pero la serenata lo más cercana a la ventana de las mamas e incluso en ocasiones, en su propio dormitorio, oída desde su tibio lecho, suplía estas minucias de sonido. Serenata tras otra, luego de planificar la ruta y cronología pertinentes, se daba sin mayores inconvenientes, pues todos vivíamos a pocas cuadras del parque Calderón, lo que simplificaba la logística, pero si complicaba el tránsito de jorgas con las que nos cruzábamos en el común empeño. Grupos de amigos que, una vez terminados los festejos melódicos particulares de cada tropa, nos uníamos para ver salir el sol, sin el más mínimo sacrificio. Desde luego, abrazos, discusiones y trompadas fueron siempre parte del festejo del día de las madres y una ronquera de una semana por el maltrato de las cuerdas laríngeas, fue siempre la secuela del ventaneo. Muchos de nosotros ya huérfanos, en el más prístino y hondo rescoldo de la vida, el recuerdo se amplifica y solloza en esta fecha. Recuerdos inmensos y los besos del más tierno ser de nuestras vidas, las mamitas, refrescan recuerdos del más puro y simple cariño de muchachos pueblerinos de una aldea pequeña pero hermosa que fue nuestra Cuenca de antaño. (O)