La higiene en el Siglo de Oro

Bridget Gibbs Andrade

En “El Quijote”, el protagonista solo se lava en tres ocasiones. La primera, cuando Sancho desarma a su amo en casa de un caballero y, antes de ponerse ropa limpia, don Quijote se lava la cabeza y el rostro dejando el agua del balde turbia. La segunda, cuando en un palacio, antes de comer, se lavó la barba con el aguamanil. La tercera, cuando después de desafiar a un rebaño de vacas como si fueran caballeros andantes, encontró una fuente clara y se lavó la cara.

Don Quijote nunca se bañó de cuerpo entero, salvo por dos accidentes. Cuando de noche acuchilló a unos odres de vino creyendo que eran gigantes, hasta que el barbero le echó encima un balde de agua fría, despertándolo de su sonambulismo. Y, al caerse al agua cuando la embarcación que lo transportaba zozobró en el Ebro.

Las posadas a las que acudían ambos protagonistas, estaban infestadas de pulgas y piojos. Y de ellos habla el hidalgo cuando dice a su criado: “Sabrás Sancho que los que se embarcan para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial, es que a todos los que van en el navío, se les mueren los piojos sin que les quede ninguno”.

El desaseo imperante se explica por el pensamiento médico que dominaba en aquella época, como el que las enfermedades eran el resultado del desequilibrio entre los cuatro humores del cuerpo humano, causadas por alimentos muy calientes o fríos. También se creía que el agua, especialmente si estaba caliente, dilataba los poros, momento que aprovechaban los aires malsanos para entrar en el organismo y alterar los humores. Por ello, cuanto menos se lavase una persona, menos opciones tenía de enfermarse. Ante esta situación, la gente se limpiaba el cuerpo en seco, con la excepción de manos, cara y cuello. Justo cuando se publicaba la primera parte de El Quijote en 1605, España estaba aún inmersa en la epidemia de la peste atlántica que acabó con la vida de 600 mil personas.

También existían reglas de decoro personal, como las que don Quijote recomienda a Sancho cuando fue gobernador de su ínsula: “Te encargo que seas limpio y que te cortes las uñas sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos. Y en público, jamás eructes”. Sucios, tal vez, pero sin perder las formas. (O)