En el mes de la madre

Edgar Pesántez Torres

Hay pocas dudas en este mundo de dudas a la afirmación de que la obra maestra de la creación es el corazón materno. Y cuánta certeza encierra este aserto, porque nadie niega que para la madre no hay limitaciones por proteger y amar a su hijo.

Saludo con devoción y pleitesía a mi madre que ahora es entelequia y en ella a todas las madres, mujeres con don de maternidad que las hace ser la mayor obra del Ordenador del Infinito. Nada nuevo puedo decir cuando sé que en el corazón de un hijo hay un concierto armónico de gratitud, admiración y amor para la madre.  

Solo cambiaré las palabras para decir lo mismo: Mi madre y todas las madres son el fiel reflejo de lo Divino, por ser mujeres desbordantes de amor y ternura; seres sublimes, donde confluyen los ríos caudalosos de nuestras lágrimas y sonrisas. Un ser que desde el vientre cuida con ímpetu a su fruto, hasta el último hálito de su vida.

En nuestra infancia estuvimos bajo el régimen de valores impartidos por nuestros padres. Vivimos en el campo donde mi madre era maestra, en una casita acicalada con vegetación, trovas de aves libres, luz y sombra celestiales, noches silenciosas con guirnaldas en el cielo. Más tarde fuimos a un pueblo ancestral, donde nos enseñaron a encontrar a Dios al tono de las campanas de las iglesias de San Sebastián en la loma San Marcos y de María Auxiliadora en el declive de Tudul.

Migramos a las ciudades de Cuenca y Quito, en donde nos asechaban y acechaban el ruido, el caos y el peligro; pero el fin era adquirir una profesión digna para ser hombres de bien y de provecho. Ahora huérfanos, estamos caminando aceleradamente al encuentro definitivo con contigo, amada e inspiradora ausente.

¡Madre!: en el fondo de tu vientre y en el sigilo de tu misterio se formó nuestro ser. Con dolor descomunal y pasión infinita nos alumbrasteis, a mí un 25 de marzo; desde entonces, bajo tus principios, nos cultivaste con mucho celo. Ahora te buscamos en el infinito azul para decirte que lo bueno que somos es gracias a tu consagración, lo malo es por nuestra culpa; por eso: ¡perdón, mamá!

Desde que cerraste los ojos para siempre la mañana del 16 de diciembre de 2015, pasaste a morar en nuestra la memoria y ser inspiración de nuestras vidas. (O)