Signos de ecuatorianidad (I)

Aníbal Fernando Bonilla

En estricto apego histórico, un acontecimiento vital de cara a la aspiración independentista latinoamericana se dio el 10 de Agosto de 1809, conocido como el Primer Grito de la Independencia, jornada ocurrida en el Quito colonial con la intervención de destacados próceres (Montúfar, Morales, Quiroga, Salinas, Larrea y Jijón, entre otros, y, por supuesto, la valentía y talento femenino representado por las Manuelas). Gesta revolucionaria para la configuración de lo que sería posteriormente Ecuador.

Cada país tiene su espacio-tiempo que determina caracteres identitarios. Así, el nuestro  forjó otra etapa de replanteamiento del Estado-nación con la revolución liberal en 1895, liderada por el montonero Eloy Alfaro; estratega y presidente entre 1895 a 1901 y 1906 a 1911 (amigo de José Martí, de quien se cuenta para la anécdota que en alguna ocasión le obsequió el famoso sombrero manabita de paja toquilla, “panamá hat”), en cuyos mandatos se cristalizó el laicismo, ampliación de derechos civiles, obra pública. Época de duras revueltas y enconado enfrentamiento ideológico. En este breve repaso cabe otro episodio: el conflicto bélico en la década del 40 (siglo XX) con el Perú. Ante la derrota y consiguiente cercenamiento territorial, Benjamín Carrión planteó -ante la imposibilidad de ser una potencia militar- la necesidad de que Ecuador se convirtiera en una potencia cultural, porque así lo determinaba su condición pretérita, tesis de la “pequeña gran nación”, con el objetivo superior de “volver a tener patria”. En 1979 se retornó a la democracia tras una dictadura militar (llamada irónicamente como dictablanda, en comparación con otras experiencias semejantes), con lo cual la sociedad ecuatoriana abrigaba expectativas en el reordenamiento jurídico-administrativo desde el desarrollismo de aquel momento.

Luego, la “pequeña gran patria” ha transitado en las últimas décadas entre la inestabilidad política, decadencia neoliberal, convulsa divergencia política, recomposición de modelos progresistas, degradación ética en el ejercicio del poder, regionalismo solapado, corrupción institucional, crisis económica y de valores, aplicación de la ley del péndulo, en síntesis, como titula una de las obras de Agustín Cueva: Entre la ira y la esperanza. (O)