¿Destrucción y justicia: gemelas?

David Samaniego Torres

Dentro de tres meses, cumpliré ochenta y siete años, una edad nada despreciable, en tiempos aciagos para la continuidad de la vida. Los peligros se incrementan en medio de una rampante insensatez y despreocupación. No he perdido aún mi lucidez: puedo distinguir a pobres de recursos materiales que deambulan por la ciudad, con las manos extendidas, en busca de una limosna que mitigue sus urgencias, de ese instante, de otros que con palos, lanzas, armas corto punzantes, piedras y escopetas exigen derechos, recuerdan olvidos, piden justicia y fabrican imposibles.

Si olvidamos el ayer difícilmente comprenderemos el mañana. La vida no se teje con cabos sueltos. La continuidad es el pegamento indispensable que ensambla intenciones con propósitos, decisiones con realizaciones, sueños con proyectos.

La sensatez, en aras de la continuidad de la vida, debiese hacer un alto, engendrar un ambiente propicio para pensar, meditar y proponer, antes de seguir en una loca carrera hacia la precipitación, el adulo o la capitulación, el desgobierno y la carencia grosera de amor a la Patria. Las invasiones indígenas siguen siendo las de siempre: atropellos, desmanes, restricción de libertades, de seguridad personal, carestía y tantos otros elementos de una tragedia anunciada. ¿Nos hemos preguntado sobre el por qué de estas periódicas asonadas, por qué las mismas estrategias e iguales reclamos? Hemos dejado de interrogarnos para permitir que pasen a ser piezas de nuestro folclore.

En buena hora, terminó el huracán. Una calma chicha nos rodea. La paz integral jamás se genera en la cobardía ni en concesiones con el garrote al frente. La paz en ocasiones exige capitular en aras de bienes superiores en peligro.

Ha llegado el momento para que la justicia cumpla con sus obligaciones colectivas. Es hora de que sean sancionados los infractores: el atropello y los desmanes no son vehículos para transportar reclamos ni exigir justicia. Vale más morir en la batalla que vivir bajo amenazas y cadenas. ¿Aprenderemos de todo esto? El tiempo lo dirá. (O)