Vendo a Mama Suca

Jorge L. Durán F.

Mama Suca se salvó de ir a maullar quien sabe dónde. La puso en venta Cristian Alexander Sapatanga, un niño de nueve años que vive en Quimzhi, cantón Gualaceo.

Salió a la vía para ofrecer a su gatita. No hubo clientes; ni su tío, porque no tiene dinero.

Y eso que solo pedía 3 dólares para comprar tres libras de salchichas, y almorzar ese día con su madre, sus hermanos y tres sobrinas.

Mama Suca finalmente se quedó con Cristian. Un buen samaritano le brindó el almuerzo, cuyo pedazo de carne lo guardó para su madre María Floresmila, vendedora de mangos verdes con sal en Gualaceo.

Las redes sociales “explotaron” con esta historia. La gatita se hizo famosa en manos de su dueño, en tanto él y su familia han sido objeto de muestras de solidaridad.

¿Se necesitan esos extremos, de desesperación hasta cierto punto, para conocer calamitosas realidades sociales? ¿Cuántos Cristian Alexander viven en similares o peores situaciones? Como él, ¿en qué condiciones nutricionales, de habitabilidad, educativas, de salud, sin los servicios básicos, sobreviven cientos de miles de menores ecuatorianos? Él es parte de ese 48 % de pobreza rural.

No todos esos niños tendrán una gata para vender. Desprenderse de su mascota debió ser una decisión dura para el menor. ¿Cuántos perros y gatos, aún tiernos, quedan abandonados en las plazas de Cuenca luego que sus dueños, venidos desde los sectores rurales, no pueden venderlos; pues “los otros” ni siquiera preguntan?

Ese es el otro Ecuador. El que se visibiliza solo en momentos de tragedia o de tener que vender una gata para comer siquiera por un día.

Miles de niños ayudan a sus padres a buscar el pan del día. También los obligan. En las intersecciones de las calles se los ve ofreciendo caramelos, juntando las manos con una mirada perdida en el vacío.

Mientras “los otros” desperdician toneladas de comida; de hacer paros, a lo mejor justos, para que unos violentos se den el lujo de causar pérdidas por más de $ 900 millones.

Mientras para ese “otro”, el Estado, esos niños apenas son estadísticas de la inequidad social, del asistencialismo, que lo que hace es mantener la pobreza.

Lo peor para un país es que los niños nazcan pobres, sobrevivan pobres y mueran pobres. No importa cuán capaces sean.

En tanto “los otros” piensan, como dijo Jaime Sabines: “Aquí no pasa nada; mejor dicho, pasan tantas cosas juntas que es mejor decir que no pasa nada”.

Mama Suca y Cristian siguen juntos.  Si la vendía, ¿dónde estaría? Con seguridad extrañando las caricias de su amo; intentando volver. Lo que es la vida, ¡ah! (O)