Orillas oníricas

CON SABOR A MORALEJA Bridget Gibbs Andrade

La estupenda máquina que a través de sus imágenes nos sumerge en el océano vasto e insondable del ignoto Universo, nos embarca a orillas oníricas hasta ahora desconocidas para el ojo humano. Tal cual un capitán guiando a su navío, nos lleva a surcar mares titilantes de luceros, a remontar cuencas cerúleas y cordilleras luminosas de polvo cósmico, a rozar delicadas telarañas bordadas con hilos de luz, a esquivar estrellas relucientes de ocho puntas y a bordear galaxias de leche estelar. Ausculta la profundidad del cosmos que palpita y nos envuelve en aquella inmensidad antigua y primitiva donde nebulosas de colores intensos y vibrantes, dignas de protagonizar una exposición de arte psicodélico, nos contemplan desde lejos sin dejar de maravillarnos.

El telescopio espacial James Webb, llamado así en honor al funcionario del gobierno estadounidense que fue segundo administrador de la NASA entre 1961 y 1968, destacado por ejercer un papel fundamental en el programa Apolo y por establecer la investigación científica como actividad central de la NASA, es el protagonista de este relato. Con un costo de 10 millones de dólares capta con nitidez y precisión imágenes del Universo en un disco duro de tan sólo 68GB, justo la mitad de la capacidad de almacenamiento del último iPhone.

Este observatorio astral fue lanzado el 25 de diciembre del 2021 a bordo de un cohete, desde el Puerto Espacial de Guayana Francesa. Forma parte de un programa internacional dirigido por la NASA y sus socios: la Agencia Espacial Europea y la Agencia Espacial Canadiense, que tiene como objetivo explorar las misteriosas estructuras celestes, el origen del Universo y el lugar que ocupamos en él. Después de terminar una compleja secuencia de prácticas en el espacio, el telescopio Webb se sometió a meses de puesta en servicio durante los cuales se alinearon sus espejos y se calibraron sus instrumentos para su entorno espacial en preparación para la apasionante investigación científica que le esperaba.

Luego de deslumbrarnos con las maravillosas fotografías traídas del espacio sideral por este observatorio cósmico itinerante y seguir empecinados en creer que somos los únicos y exclusivos habitantes del Universo, sería lo más insensato que podríamos permitirnos.

Algo así como seguir creyendo en Santa Claus, o en las promesas de ciertos políticos. (O)